No puede pasar inadvertido un hecho histórico protagonizado por los agricultores de la India, movilizados sin temor, reclamando el ejercicio de sus derechos, generalizando altivas demandas con cierre de vías que han paralizado la nación, estimándose una de sus marchas como la más grande que haya acaecido en el mundo, al congregar el 9 de diciembre pasado a 96.000 tractores y doce millones de personas, insistiendo en la derogatoria de normas legales que según sus voceros son tremendamente perjudiciales a los intereses de los pequeños campesinos.

Estos temas evidencian reales problemas en una población 85% de connotación rural, con similitudes latinoamericanas por el carácter de sus intérpretes, enlazados por la injusticia de los bajos precios de las cosechas, esquema casi calcado con lo que acontece en nuestro medio en el manejo de arroz, maíz y soya, pero que en la India tiene un origen diferente. Allá, como aquí, el Estado tiene la obligación de comprar a un valor predeterminado, por estos lares sería el precio oficial, desde luego en la India las cantidades son inmensas, las compras se realizan a través de 7.000 centros o mercados mayoristas regulados severamente por el Gobierno, con tanta eficacia que convirtieron a ese inmenso territorio en autosuficiente y exportador, en menos de 20 años, pasando a formar parte de los países emergentes al haber superado una depresión económica, crecer sucesivamente, gracias al sector agrario, hasta integrar el privilegiado G20, pero con no corregidos desequilibrios sociales.

En una rápida mirada resultaría incomprensible la actitud de los manifestantes cuando desisten la atractiva oferta de poner en vigencia un mercado libre en precios y volúmenes, lo que implica que el Estado se desentendería del manejo directo del comercio, permitiendo que grandes conglomerados transen sin intermediación con los agricultores, posición que se rechaza porque los microempresarios (mayoría menores a dos hectáreas) quedarían vulnerables frente al descomunal poder de negociación de los grandes mercaderes, que se traduciría en inaceptables contratos obligatorios.

Han emergido otras aberraciones de igual o superior gravedad, como es el endeudamiento impagable del grueso de cultivadores, acosados por acreedores bancarios y usureros tan punzantes que empuja al suicidio, con la tasa más altas del mundo (28 diarios), en un sector que representa el 18% del Producto Interno Bruto y mantiene excelente ubicación como país proveedor de alimentos. Se reclama con urgencia condonación de deudas, con campos que no rinden lo de antes, en suelos degradados, afectados por el calentamiento global, unas veces con sequías agobiantes y otras con incontenibles inundaciones, círculo vicioso convertido en persistente.

Las aflicciones de los agricultores son comunes a casi todos los países, excepto los desarrollados que subsidian la actividad, algunos con escasas alternativas por la pérdida de fertilidad de sus suelos; en todo caso se comprende la acción radical de los campesinos hindúes, aun cuando están en permanente disposición al diálogo hasta ahora con resultados infructuosos. (O)