Organizado por el grupo del diario El Comercio, el fin de semana anterior se realizó el debate entre los candidatos para la Presidencia del Ecuador en las próximas elecciones. El número de candidatos no permitió un debate propiamente dicho, y más bien produjo una pasarela apretada de enunciados generales y predecibles, que no bastan para construir una decisión electoral responsable en el momento más crítico de la historia moderna de nuestro país. Pero a falta de otras iniciativas, el supuesto debate fue válido y rescatable en su intención y en lo que permitió entrever, porque si bien se abordaron cuatro temas generales, el gran ausente fue el de la educación en todos sus sentidos y acepciones, y solo dos o tres participantes rozaron el tema. En buena medida, estamos en el fondo del pozo porque somos un pueblo culturalmente maleducado, socialmente primitivo, funcionalmente analfabeto, técnicamente atrasado, optativamente ignorante, institucionalmente precario e insuficientemente instruido.

El problema es que las intervenciones de los candidatos ejemplificaron las dificultades que todos los ecuatorianos compartimos por nuestra falta de educación, empezando por el buen manejo de la lengua y la palabra. Los numerosos lapsus, pleonasmos, ripios, retruécanos, lugares comunes, palabrería hueca y demás “errores catastrales” que casi todos exhibieron en algún momento fueron captados por la picardía de un público solazado en las redes sociales. La participación de los dos candidatos inexcusablemente ausentes solo hubiera enriquecido la inmediata producción de los memes instantáneos por parte de un pueblo que aprendió a reír de su tragedia. Está muy bien nuestro sentido del humor, pero ¿qué hacemos más allá de celebrar nuestras desgracias? Porque en ausencia de un debate verdadero y efectivo, cotidianamente nos debatimos en medio del desempleo, la pobreza, la enfermedad, la ignorancia, la corrupción y la delincuencia contingente, organizada u oficial como política de algunos gobiernos.

Aunque no sea la única explicación de nuestros pesares, la falta de educación es el origen desatendido de nuestra carencia de análisis, ausencia de crítica, vacío de opinión propia, ignorancia de nuestros derechos, tiranía de los escritorios y el papeleo infinito, encantamiento con la propaganda, tolerancia al abuso gubernamental, justificación de la miseria de nuestra clase política, adhesión al populismo, resignación martirizada, intolerancia al pensamiento ajeno, silencio cómplice, atrofia de propuestas y emprendimientos, dependencia del Estado con la consecuente hipertrofia burocrática y renuncia general ante el sostenimiento de nuestro propio deseo. Nos maleducaron desde chiquitos para soportar la mediocridad, y para repetir la paradójica tragedia nacional: demasiados candidatos y tan poco para escoger. Cerrando mi columna “a lo candidato”, en ausencia de talento propio y por mi falta de educación, copio una del inmortal José Alfredo, dedicada a los candidatos: “Préndeme fuego si quieres olvidarme, méteme tres balazos en la frente, haz con mi votación lo que tú quieras, y después por temor, declárate inocente”. (O)