El coronavirus cobró casi dos millones de vidas a nivel mundial, desplazó a decenas de millones a la pobreza y puso en jaque los planes de todos. Al inicio de la pandemia, como suele suceder en otras crisis, aparecieron opiniones señalando que todo había sido culpa del capitalismo salvaje y la globalización. Pero es precisamente esa interdependencia la que nos está permitiendo empezar a salir de este túnel. A menos de doce meses del inicio de la pandemia ya existen vacunas contra el COVID-19. Esto fue posible gracias a una coordinación, investigación, producción y asignación de recursos a nivel mundial que no tienen precedentes.

Las redes de comercio demostraron ser más resistentes que en crisis anteriores de menor importancia. Por ejemplo, ante la crisis financiera internacional de 2009 el PIB cayó en un 0,1 % y el comercio en un 13 %, mientras que ahora aunque se espera una contracción de la economía global de 4,9 %, el comercio caería en un 10 %.

El operativo para lograr la producción y distribución masiva de las vacunas es algo fascinante. El Wall Street Journal considera que estas son “las movilizaciones más masivas desde que las fábricas de EE. UU. fueron redirigidas para ayudar en la lucha durante la Segunda Guerra Mundial”. La materia prima para la vacuna es procesada en St. Louis, luego enviada a Andover, Massachusetts, donde es convertida en mensajeros moleculares (vacuna mRNA). Luego va a Michigan, donde se fabrican las dosis. Debido a la temperatura subártica con la que debe ser transportada, Pfizer hace hielo seco en una planta en Kalamazoo. En Pleasant Prairie, Wisconsin, almacenan grandes cantidades de vacunas. Cada caja contiene unos 1.000 viales y un dispositivo del tamaño de un celular le permite a Pfizer rastrear la ubicación y temperatura de cada dosis en todo momento. Durante semanas, los trabajadores en las plantas de McKeeson alrededor de EE. UU. han estado llenando cajas con equipos de protección personal y demás implementos necesarios para suministrar la vacuna.

En la semana de acción de gracias llegaron 750.000 vacunas fabricadas en Europa al aeropuerto Chicago O’Hare en aviones charteados por Pfizer. United Airlines había realizado cinco vuelos entre Bruselas y EE. UU. hasta mediados de diciembre, cada uno transportando más de un millón de dosis. Luego, estas procederían a ser distribuidas por Fedex y UPS. CVS Health y Walgreens están ayudando en el esfuerzo de suministrar las vacunas en los asilos. Hasta la fecha, ya se han vacunado 2,59 millones de personas en EE. UU. y 800.000 en Reino Unido.

Las vacunas fueron desarrolladas por científicos que se beneficiaron del trabajo de cuatro décadas de la científica húngara Katalin Karikó. A pesar de que muchos pensaban que era una locura, ella creía que debía ser posible que las células del mismo enfermo fabriquen la proteína que le curaría inyectándole un pequeño mensaje de ARN. Así funcionan las dos vacunas aprobadas hasta ahora en EE. UU., la de Pfizer y la de Moderna.

La globalización, lejos de colapsar, hizo posible compartir información crucial, mantener las vitales cadenas internacionales de suministro, en muchos casos nos permitió seguir trabajando y hoy nos está permitiendo desplegar un complejo operativo a nivel mundial para salvar vidas. (O)