Cuando pensamos en la posibilidad de algún tipo de vida fuera del planeta Tierra es probable que se nos venga a la cabeza la palabra marciano. Por el contrario, pocas veces hemos escuchado la palabra venusiano. Incluso en nuestro ideario colectivo muchas personas utilizan como sinónimos las palabras marciano y extraterrestre.

Pero esto no siempre fue así.

Nuestra obsesión con la búsqueda de vida en Marte nace, más bien, por descarte de nuestro vecino cósmico más cercano: Venus. Inicialmente, se pensaba que Venus era un mundo pantanoso, húmedo y hasta selvático. Sin embargo, las sondas soviéticas Venera confirmaron que su superficie era completamente inhóspita para la vida, con presiones 90 veces más altas que las de la Tierra y temperaturas de más 300 grados centígrados. Estábamos frente a un hervidero desértico, inhabitable incluso para los penosos penitentes del último infierno dantesco. La superficie marciana, por su parte, era gélida, pero tenía presiones semejantes a las terrestres, y además, en la década de los 50, se especulaba sobre la existencia de canales de riego pertenecientes a una posible antigua civilización marciana.

En este contexto, un tal Carl Sagan y Harold Morowitz sostuvieron que, si bien era improbable la existencia de vida en la superficie de Venus, no era tan delirante investigar la posibilidad de vida microscópica en las nubes de su densa atmósfera. La idea no tuvo buena acogida en la comunidad científica de la época, y nuestra obsesión con encontrar vida en Marte ha permanecido intacta hasta nuestros días, tanto que se han enviado, no siempre con éxito, más de 50 sondas a Marte, a diferencia de las pocas que se han enviado a Venus.

Sin embargo, en septiembre de este caótico año se publicó un estudio en la revista Nature —rectificado en noviembre— que contiene mediciones realizadas por los telescopios JCMT en Hawaii y ALMA en Chile. En este estudio se detectó una presencia inusual de fosfina —PHз3— en la atmósfera de Venus. Esto es impactante porque, en la Tierra, la fosfina se encuentra únicamente como un residuo orgánico de bacterias, particularmente en nuestros intestinos. En consecuencia, acorde con nuestra biología terrestre, si se comprueba la existencia de fosfina, en determinadas cantidades, lo más probable es que esta provenga de bacterias que la emiten como residuo de sus procesos orgánicos.

Esto quiere decir que, hasta el momento, la explicación más probable para justificar esas inusuales cantidades de fosfina en las nubes venusianas es la presencia de vida microbiana, tal como lo predijo Sagan. Ahora bien, la química y, peor aún, la biología de Venus están lejos de ser un campo conocido por los evolucionados descendientes de Lucy, por lo que, como todo en la ciencia, lo mejor es ser cautelosos y seguir haciendo más experimentos hasta tener mayores certezas. No hay, en la ciencia, respuestas mágicas sino, más bien, la oferta de descubrir la magia de la realidad.

Eso sí, no deja de ser asombroso que, quizás, en las nubes venusianas sobrevuelen bacterias que nos redefinan el concepto de lo que es estar vivo. (O)