Por Alberto Pérez Endara

Con verdadero estupor, somos testigos –a veces mudos– del macabro esfuerzo de algunos –que no parecen ecuatorianos– por destrozar la institucionalidad, las buenas costumbres, las nobles tradiciones y las buenas maneras. Me refiero a ciertos funcionarios públicos que, actuando a espaldas de la moral o de los legítimos mandatos de quienes los eligieron, hacen y deshacen sin vergüenza alguna, succionando recursos que pertenecen a todos, sobre todo a aquellos que están por venir, porque al actuar así, roban y esfuman el futuro de miles de ecuatorianos.

Mucho antes de la pandemia, durante diez años, se armaron las bases legales que hoy configuran un Estado con las manos atadas para perseguir y castigar la corrupción. Hoy nos da vergüenza ver que el aparataje legal se presta para que delincuentes lo usen para protegerse presentándose como candidatos a una elección popular.

¿Es ese el país que queremos y que merecemos la mayoría de los ecuatorianos? Estoy seguro de que no. Hemos llegado a tal extremo, que escuchamos a un candidato, “prometer” el indulto a delincuentes, con sentencias confirmadas, si llega a ser elegido presidente. ¡Y resulta que una amenaza tan grave no tiene ninguna consecuencia! Esto habla tan mal de la solidez de nuestras instituciones, de nuestras leyes y del grado de indefensión en el que vivimos, que se entiende que tengamos muy bajas calificaciones internacionales y que nuestro riesgo país sea tan alto.

Pero parece ser que, a esos terribles candidatos, estas realidades les tienen sin cuidado. No les importa. Más les importa que les apoyen famosillos de la onda comunista, con los que se sienten como en su casa. No les importa el bienestar de los ciudadanos, a quienes ellos siempre le denominan “pueblo”, porque prefieren que estos queden siempre anónimos, masificados, sin voces, para que solo suene la de ellos, a través de megáfonos, con cantaletas sin fin. Si no, recuerden las sabatinas: cientos de ellas, durante diez aburridos años, a las que se sumaban las cadenas televisivas usadas para echar dardos y amenazas contra quienes se atrevían a cuestionar sus aberraciones.

A lo largo de la historia, por lo menos desde la segunda mitad del siglo XVIII en adelante, las ideologías materialistas, como el marxismo y otras, se han derramado y filtrado por el mundo entero, recogiendo el descontento generalizado sobre la distribución de la riqueza en el mundo y las enormes desigualdades que existen. Tales ideologías fueron asumidas por gobernantes de muchos y diversos países. Y los resultados fueron siempre los mismos: más hambre, más miseria y muerte, que en la situación previa. La verdad es que no existe ningún caso de éxito en la aplicación de tales ideologías.

Y sin embargo, asombra encontrar personas –a veces, inteligentes– que viven engañadas con estas doctrinas de miseria humana. Y no son pocas. Hoy, todas estas corrientes se reúnen formalmente bajo una batuta denominada Foro de Sao Paulo (tomó este nombre por ser el lugar del primer encuentro, en 1996). Allí se dieron cita todos aquellos movimientos, partidos y organizaciones que se cobijan con la bandera marxista-comunista pintada de diversos colores. En ese foro se trazan las directrices –son una organización, no oficial, pero formal– para “tomar el poder”, es decir para hacerse con el gobierno de todos los países que puedan, pero no para buscar el progreso y desarrollo de tales naciones, sino para sojuzgar a esos pueblos y perpetuarse en su gobierno, enquistándose como garrapatas: viviendo como millonarios a costa de quienes dicen defender, pero solo de palabra. No existe ningún caso de éxito. Sólo existen historias tristes y vale la pena recordar solo unas cuantas: la China de Mao, países de la Europa Oriental, la Alemania “Democrática”, Vietnam, Cuba, Ruanda, Nicaragua, Venezuela, o la ciudad de Berlín.

En todos los casos, se repitieron una y otra vez: asesinatos, deportaciones, éxodo de miles de personas y familias enteras, dejando tras de sí solo sangre, muerte y pobreza. Mientras esos regímenes inhumanos se adueñaron de esos países, nunca el mundo contempló ni una sola persona arriesgar o perder su vida para ir a vivir a alguno de ellos. Ni los mismos propulsores de tales ideologías quieren ir a vivir a esos países: hemos sido testigos de eso, recientemente.

Y sin embargo, hoy, en Ecuador, vemos y escuchamos a defensores de estas ideas, llenarse la boca diciendo que son “progresistas”, que están respaldados por los “movimientos sociales”. Ni son verdaderamente progresistas, porque solo causan severos retrocesos, ni esos movimientos son los únicos “sociales”. Se dice que las personas de estas tendencias pueden abarcar a un 30 % de la población. Lo triste es que, mayoritariamente, están conformados por grupos humanos vulnerables: desprotegidos debido a su escasa o nula educación, pobreza económica y miseria humana. Es decir, este tipo de movimientos, hacen “su negocio” con los más perdidos, que son los más influenciables, que son los que “no tienen nada que perder”, porque realmente no tienen nada, con los que no tienen capacidad de reflexionar para generar argumentos para rebatir los pronunciamientos de los líderes de tales movimientos.

Lo sufrido por Ecuador durante la nefasta década correísta no fue más que la aplicación casi exacta de las recomendaciones de El Foro de Sao Paulo. Les invito a leer libros que explican con detalle qué busca este foro. Se les va a erizar el pelo. Pero es necesario que entendamos que lo sucedido en esa década, así como lo sucedido en las protestas de octubre de 2019, como lo sucedido en Chile o Colombia, es lo que el Foro pide que se haga para desestabilizar y derrocar gobiernos.

En conclusión: no te dejes engañar, lector, compatriota. Si quieres construir un futuro, para ti o para tus hijos o nietos, no des tu voto por movimientos de izquierda, sean del tipo marxista, socialista o progresista. Todos esos son cínicos engaños. Es evidente que nuestro país, tal como se encuentra hoy, no es una sociedad justa, abierta; no nos ofrece las expectativas de futuro que deseamos. Y esto debe cambiar, lo debemos cambiar. Pero tal cambio nunca provendrá de la izquierda, que, aunque se vista de “seda”, izquierda se queda.

El próximo año puede ser un gran año, si votamos por alguna opción electoral que trate con seriedad todos o algunos de estos temas: tener mercados abiertos y competitivos, fortalecer la dolarización, reducir el tamaño de la burocracia, transparentar los procesos públicos y digitalizarlos, profundizar la conectividad a internet, mejorar en serio la educación, lograr acuerdos comerciales internacionales, procurar el crecimiento económico, crear empleo y acceso universal a los servicios básicos. Que seamos una sociedad donde se respetan derechos, pero también se exijan deberes. Que tengamos una feliz Navidad y –con el inteligente uso del voto– un gran año 2021. (O)