Cito de forma textual el título de un artículo escrito en días pasados por Thomas B. Edsall y publicado en el New York Times, en el cual mencionaba la noción del resentimiento como motivador fundamental del comportamiento humano y, por ende, de las decisiones políticas, advirtiendo el hecho llamativo de que en las últimas décadas, en Estados Unidos virtualmente no se ha prestado atención desde el punto de vista de análisis político al estudio del resentimiento como respuesta colectiva.

El punto, según Edsall, es que el resentimiento en la sociedad estadounidense ha provocado conflictos “cada vez más intratables entre izquierda y derecha, demócratas y republicanos, liberales y conservadores”.

En ese contexto, el autor sostiene que la desigualdad social y económica, con la consiguiente disminución del estatus, produce un deterioro de la motivación humana dando lugar a una cultura del resentimiento, convirtiéndose así en un factor importante en el mundo cambiante de la política contemporánea. En el caso específico de Estados Unidos, Edsall considera que en los últimos años se ha producido una serie de cambios sociales que amenazan de forma directa el estatus de la clase trabajadora y de los blancos rurales, a lo que se suma la creciente diversidad demográfica y crecimiento urbano de la población con un deterioro marcado de las condiciones económicas, teniendo como resultado estados de ansiedad e ira, que convierten a esos grupos sociales en blanco fácil del populismo.

Más allá del análisis del resentimiento en la sociedad estadounidense, hay otros estudiosos que sostienen que en el caso de América Latina, “núcleos íntegros de ciudadanos” han sido víctima fácil del resentimiento colectivo, o “que razas enteras han nacido y vivido impregnadas de un resentimiento ancestral”. En un interesante estudio publicado en Chile hace algunos años titulado “El resentimiento y la gobernanza mundial”, se señalaba que hablar de resentimiento en una sociedad es complicado y delicado pues se presta para malos entendidos, sacando a flote sentimientos confusos y contradictorios, pero que sin embargo la cuestión del resentimiento y su incidencia en la cosmovisión popular debe ser incorporada necesariamente en las respuestas políticas, especialmente cuando se considera que “el resentimiento es colectivo, concierne a grupos y pueblos, pero al mismo tiempo, nos concierne íntimamente a cada uno”. En ese punto y dependiendo de las circunstancias de cada país, resulta procedente la reflexión respecto de que si acaso las desigualdades, injusticias y exclusiones justifican el resentimiento en parte de la población, como podría ocurrir en nuestro país.

En el Ecuador se ha sostenido que una de las habilidades políticas del correísmo fue sacar rédito político al resentimiento, profundizando la polarización con un discurso lleno de prejuicios y recelos, sin embargo bajo una óptica más amplia, deberíamos admitir que las causas esenciales que podrían ocasionar el resentimiento colectivo se encuentran vigentes más que nunca. ¿Lo hemos olvidado? (O)