En días recientes ha trascendido la noticia del hallazgo de catorce cuerpos de migrantes venezolanos que perecieron tratando de llegar por vía marítima, en embarcaciones pequeñas y mal equipadas, a Trinidad y Tobago, donde las autoridades tratan de frenar el flujo migratorio.

La principal motivación de las personas que emigran es poder acceder a un mejor nivel de vida en países donde haya buenas condiciones de trabajo y remuneración; y en los casos más críticos, la huida obedece a una razón de supervivencia. Por ello, el mar Mediterráneo está plagado de embarcaciones sobrecargadas de migrantes, muchas de las cuales zozobran sin arribar al destino planificado.

Se cuentan por millones las personas que tratan de permear fronteras dejando todo atrás, incluso hijos, y arriesgando la vida para llegar a otro país, donde seguramente tendrán que vivir en condición de incertidumbre e ilegalidad.

En 2019, el número de migrantes alcanzó la cifra de 272 millones; 51 millones más que en 2000, según estimaciones de las Naciones Unidas.

Esa movilidad masiva trastoca las condiciones de vida de la localidad de arribo, por no ser planificada, causando en muchas ocasiones rechazo por parte de la población y sus autoridades.

Sin embargo, las migraciones han sido una constante en la historia de la humanidad y a la larga han contribuido al desarrollo de comunidades y naciones. La determinación que se requiere para mudarse de un país a otro en busca de mejores oportunidades es un componente que bien canalizado puede contribuir al engrandecimiento del país de acogida.

Hoy se conmemora el Día Internacional del Migrante y es oportuno reflexionar con sentido de solidaridad sobre las vicisitudes que afrontan las personas que se encuentran viviendo al margen de la sociedad, la afectación que sufren por la pandemia y sus secuelas, con el agravante de la discriminación. Muchos están varados, con escasas posibilidades de subsistir, en una fecha que evoca unidad. (O)