Por su mirada inteligente, muy en el fondo de mí sabía que no era sorda, que estaba atenta a todo lo que yo le decía, a los cuentos que le contaba y a los poemas que le leía, pero ya tenía casi tres años y Paz no hablaba. Luego de la audiometría el médico dijo que por su actitud durante el examen él no podía diagnosticarla si era sorda, muda o todo lo contrario, pero que sugería terapia de lenguaje.

Ella y yo fuimos a los Estados Unidos, un experto la evaluaría en un hospital universitario de Gainesville. Viajamos ella, yo y el “mi mono”: un mico de peluche con camiseta a rayas, pantalón y sombrero de pana azul que Carito le prestó para el viaje y al que Paz había tomado cariño. El “mi mono”, que hasta el momento no tenía nombre ni apellido, se hospedó con nosotros, compartió nuestras comidas y asistió a todas y cada una de las citas médicas y exámenes. Iba sentado en la pequeña furgoneta del hotel que daba servicio de transporte a sus huéspedes.

Fuimos un día a comer con una chica ecuatoriana, cuyo nombre he olvidado. Fred, el chico que manejaba la furgoneta, nos dejó en el restaurante. Al término del almuerzo decidí no llamarlo para que nos recogiera, a mí me pareció que estábamos cerca del hotel y tenía ganas de caminar. (A los 26 años una se pierde sin miedo y tiene la sensación de que siempre va a encontrar el camino).

Tomé la diminuta mano de mi hija y crucé con ella un hermoso y oloroso parque. La angustia de los resultados de los exámenes se desvaneció por unos instantes. Hacía mucho calor, demasiado. Nos detuvimos un momento a la sombra de un enorme árbol y al rato continuamos nuestra caminata.

Habíamos recorrido unos doscientos metros cuando Paz se paró en seco. ¿Estás cansada, amor, quieres que te cargue? Obviamente no respondió, pero tampoco se movió. Intenté tomarla en brazos y no me lo permitió. ¿Qué te pasa, te cansaste? Insistí. Señalando hacia el enorme árbol me miró y me dijo con una solvencia impresionante: El “mi mono” she quedó allá shentado. Yo la abracé y empecé a llorar, ella con su habitual entereza me lo repitió con tono autoritario, como diciéndome “reacciona, déjate de pendejadas”: ¡Motaaa, el “mi mono” she quedó allá shentado!

Así es Paz, nunca pierde la oportunidad de quedarse callada, habla solo cuando tiene algo inteligente que decir. Yo hasta ahora intento aprender de ella: no decir lo que no viene al caso, guardar silencio, no hablar por hablar y pensar antes de hacerlo. Me cuesta, no crean, no me es fácil, pero lo intento.

A veces los políticos pierden la oportunidad de quedarse callados y nos sorprenden ingratamente. Las disculpas no nos sirven a los ciudadanos de a pie, exigimos que piensen antes de hablar.

Yo tampoco me perdono a mí misma cuando meto la pata, a mis lapsus linguaes les llamo lapsus brutus. Pero no soy política, y no pretendo ser elegida ni Mashca Bonita. Ellos sí deben poner mucho cuidado de lo que dicen.

En la escuela, cuando metíamos la pata, nos justificábamos diciendo: El que tiene boca se equivoca. ¿Será? (O)