Vivimos de sobresalto en sobresalto. Sobre el más grave problema que atravesamos en el mundo y el país, el de la pandemia, el lunes en la noche, en Ecuavisa, se hizo notar que mientras el presidente ofrecía iniciar la vacunación en enero, el ministro de salud hablaba de marzo; esto, que en otras materias sería una fruslería, es de mucha gravedad cuando existe un gravísimo aumento de casos de coronavirus, que, en la provincia de Pichincha, representan un escalofriante 36 % del total. Quito está aterrorizada, la gente teme poner un pie fuera de su casa. No se siente protección ni del Ministerio de Salud ni del Municipio.

En otro de los graves casos de preocupación nacional, el de las próximas elecciones, contemplamos una disputa permanente en el interior del Consejo Nacional Electoral: se arman unas mayorías para determinados intereses, y otras para otros intereses. Actualmente, miramos una oposición sorprendente entre el Consejo Nacional Electoral y el Tribunal Contencioso Electoral, cosa que, en derecho, no debería darse, porque la Constitución establece que los fallos y resoluciones de este último son de última instancia e inmediato cumplimiento. Pero el derecho es un extraño en las disputas electorales; todo es juego de intereses políticos; hay una lucha sorda, unas veces, y abierta, otras, en la que se disputan el control del Estado.

Este artículo aparecerá el miércoles 25 de noviembre, un día después de haberlo enviado al Diario, y horas antes de que se inicie el juicio político a la ministra de Gobierno. La interpelación versará sobre cosas secundarias; no tanto por culpa de los interpelantes, me parece, cuanto porque no se les permitió incluir nuevos temas. Porque la interpelación debió versar sobre el abandono a Quito y la Sierra Centro Norte, porque, por temor, el Gobierno fue a buscar refugio en Guayaquil mientras el vandalismo imperaba en esta zona; mientras se asaltaba propiedades particulares, se incendiaba edificios públicos, como la Contraloría, instalaciones de prensa, como Teleamazonas; mientras se secuestraba a policías, militares –cosa increíble–; mientras cundía la anarquía, el terror; mientras que los vecinos en los barrios se defendían por sí mismos. La interpelación debió ser por el reparto de los hospitales; ya se iniciaron acciones judiciales contra las autoridades del IESS, pero nada en contra de las del Gobierno. Y, ¿qué decir del manejo de la pandemia, en la que se disputaron, palmo a palmo, la conducción del COE entre el vicepresidente de entonces y la ministra de Gobierno? Ambos querían lucirse controlando la pandemia, pero esta arrecia y parece estar fuera de control; prevaleció la ministra y el vicepresidente se fue diciendo que lo hacía con la satisfacción del deber cumplido; ninguno de los dos cumplió. La ministra es una persona singularmente inteligente; tal vez, le ocurrió aquello de que quien mucho abarca, poco aprieta. Si la censuran, el presidente parece quedaría desvalido; no se ve a nadie en su entorno que pueda hacer la veces de la ministra. Pobre país: un presidente huérfano de apoyo popular, con sus conmilitones de ayer esperándolo para vengarse; y no encuentra colaboradores que planifiquen un rumbo claro, una honrosa salida. (O)