En la brecha de un muro aparentemente impenetrable unas hojas verdes luminosas y una flor amarilla espléndida sonríen a quien las mira y afirman con su vulnerable poder que la vida encuentra resquicios para triunfar.

En medio de tanto dolor, miedos, escándalos, indignación, muchos signos alrededor nuestro nos dicen en un rumor que no nos vencerán. Que la última palabra en nuestra vida y en el mundo la tendrán el amor y no el odio. Que es más poderoso que la fuerza, que el puño cerrado, las intrigas, las balas, la corrupción, las drogas, los pactos solapados, los egos, las mafias y la muerte.

La idea-fuerza de la cultura moderna, dice Leonardo Boff, “era y sigue siendo el poder como dominación de la naturaleza, de otros pueblos, de todas las riquezas naturales, de la vida e incluso de los confines de la materia”.

La pandemia nos puso en nuestro lugar. Los tiempos han sido y son duros. La sociedad entera está en cuidados intensivos, se desmorona en crisis económicas, robos, corrupción y desidia. Depende de la vigilancia de las instituciones, de su defensa, de la honestidad del accionar de cada ciudadano, la vacuna que nos dará cierta inmunidad. Para mejorar su funcionamiento, será necesario nuestro compromiso real, concreto, cotidiano con la transparencia y el control de las plagas que nos invaden.

Si la corrupción del IESS, la cantidad de medicinas caducadas, que significan dinero y sobre todo vidas perdidas, nos produce estupor, nos deja atónitos frente a la irresponsabilidad y codicia, los cuidados que muchos otros brindan nos muestran el camino por el que debemos transitar.

Para los jóvenes que desde marzo no se ven físicamente con sus amigos, no salen, no se divierten juntos, estos meses son una especie de prisión domiciliaria inesperada, desafiante. Por eso los estallidos de irresponsabilidad se entienden, pero no se deben apoyar ni fomentar. El sentido del tiempo cambia. Un día es como un año y un año puede parecer un día. En casa la Navidad ya está presente. La casa está llena de luces, música, colores y ángeles, muchos ángeles grandes y pequeños, con trompetas, flores, corazones, libros, palomas, lo que sea, nos acompañan en corredores y mesas, puestos por manos adolescentes, y dan un ambiente de liviandad y alegría en estos días de temor y espera.

Vi la película La vida ante sí, en Netflix. Toda en sugerencia y matices, con actuaciones conmovedoras, el valor de la palabra dada, la amistad recelosa, la necesidad de afectos y abrazos, el respeto por las elecciones personales, y la paciencia para esperar cambios personales cuando todo parece indicar lo contrario llenan de esperanza en medio de la desolación del presente.

La canción final, Yo sí, conmueve. El cuidado es clave para lograr cambios.

Cuando más te faltan las palabras, yo estoy.
Cuando no valoras lo que logras, yo estoy.
Cuando aprendes a permanecer,
al borde de tus límites, si nadie te ve, yo sí.
¿Dónde irás tú si se apaga la luz?
Lo verás. Lograrás resistir. Si nadie te siente. Yo sí.
Cuando tú no encuentras el camino, yo estoy.
Cuando desconfías o lanzas desafíos, yo estoy.
Cuando quieres desaparecer y te rindes
antes de perder, si nadie te ve, yo sí.
¿Dónde irás tú si se apaga la luz?
Lo verás, lograrás resistir. (O)