La lectura de algunos mensajes o conversaciones entre amigos, colegas, incluso familia, me invita a reflexionar sobre esta interrogante: ¿somos verdaderamente democráticos? Comentarios como “¡qué pena que pienses así!”, “¡uy, pensé que eras más inteligente!”, “¡mejor ni me digas que votarías por ese candidato!”, entre otros, reflejan el nivel de tolerancia y sobre todo respeto que no tenemos frente a los pensamientos contrarios a los nuestros.
Otro error es pensar que todos piensan igual a mí, por lo tanto asumo que estarán
de acuerdo con las expresiones de rechazo o aprobación a una tendencia o tema que trate. Entonces, ¿cuál es el basamento de la democracia? Se supone que vivimos en un país democrático donde se defiende la libertad de expresión, pero qué tan libres somos de expresar lo que sentimos sin ser tildados de diferentes maneras. A cada uno le toca preguntarse: ¿soy verdaderamente respetuoso de lo que piensan mis semejantes? Esta situación se agrava cuando pisamos el terreno político, no se diga el religioso.
A puertas de una elección, será muy saludable reflexionar cómo queremos, con nuestro prójimo, desde todos los espacios, interactuar, ya sea en una simple conversación, en nuestros grupos de WhatsApp, etc.; no convirtamos estos momentos comunicacionales en guerra de criterios. Ponderemos uno de los valores que puede potenciar nuestras relaciones, el respeto. Propendamos a ser multiplicadores de paz, de armonía; que nuestras palabras no sean flechas que lastimen, sino fragmentos de sabiduría para quienes tengan a bien escucharnos. No es nuestro deber adoctrinar, nuestro deber es compartir nuestros pensamientos, y desde la inteligencia individual cada uno tomará lo que considere apropiado para formar su propio criterio. (O)
Ángelica Marcela Sosa Muñoz de Vargas, economista, Guayaquil