En un reciente libro, Historia. ¿Por qué importa? (2018), la historiadora Lynn Hunt sostiene que la investigación histórica es hoy más importante que nunca debido a la facilidad con que las mentiras y el falseamiento descarado de la verdad se propagan a través de la internet y las redes sociales, en las que cualquier persona puede hacer afirmaciones sin ningún escrutinio previo. Lo más grave es que la fabricación de esos engaños a veces proviene de las figuras más visibles del poder, como Donald Trump, quien mintió en su carrera para ser presidente de los Estados Unidos y sigue mintiendo en el fin de su mandato.

Por esto hay que recomendar la lectura acuciosa del libro de Enrique Ayala Mora Mentiras, medias verdades y polémicas de la historia (Quito, UASB & CEN, 2020), porque permite que los lectores, en primer lugar, reconozcan la trascendencia de la investigación histórica seria, documentada y no tendenciosa, y, en segundo lugar, invita a repensar sobre los genuinos valores de un país como el nuestro. Ayala sabe que los prejuicios de la gente facilita las más inverosímiles patrañas (o las verdades a medias) de nuestra historia ecuatoriana. Desvirtuar esos embustes es también un deber de los políticos, educadores y ciudadanos.

Según Ayala, “es toda una proeza convencer a los crédulos de que los españoles no conquistaron con facilidad a los pueblos indígenas de América porque eran una ‘raza superior’, armada de cañones y caballos”. Todos los relatos –sobre todo los históricos– determinan el sentido de pertenencia a una comunidad, cuya solidez se da mientras más anclada esté en los hechos comprobados. “Tarea casi siempre destinada al fracaso es demostrar que Abdón Calderón no ‘murió gloriosamente en el Pichincha’, aunque sí fue un héroe”. Los burdos orgullos nacionalistas y locales son una grave amenaza para establecer la verdad histórica.

Cuesta desvirtuar, sigue diciendo Ayala, “que García Moreno no fue asesinado por un marido celoso, como uno de sus enemigos afirmó sin ningún fundamento, aunque sus tendencias dictatoriales alentaron el ‘tiranicidio’”, o la verdad a medias de que curas y conservadores azuzaron a la poblada que arrastró a Alfaro, pues “también lo hicieron, y hasta pagaron a sus ejecutores materiales, varios de sus compañeros liberales y masones, cuya acción se niega u oculta persistentemente”. Un intento reciente por tergiversar la historia es el mito de la “década ganada” del correísmo, pero Ayala demuestra contundentemente que fue “una década robada”.

Ayala es un estupendo divulgador de la historia, pues su escritura y sus argumentaciones no se enredan en disquisiciones inentendibles; más bien, con relatos amenos que descubren el ser de los ecuatorianos, hace ver que la reflexión sobre nuestra historia es una tarea de todos. Este libro presenta un diseño ágil con ilustraciones que acrecienta los efectos de este empeño divulgador. Al concebir la historia como un proceso de descubrimiento y no un dogma establecido, Hunt señala: “Insistir en la verdad histórica ha llegado a convertirse en un acto necesario de coraje cívico”. Coraje cívico es lo que muestra Enrique Ayala como historiador. (O)