Los “founding fathers” o padres fundadores de la democracia de los Estados Unidos de Norteamérica siguen evidenciando hoy, más de 224 años luego de la declaratoria de independencia de ese gran país, una sabiduría cuya profundidad, visión de futuro y entendimiento de lo que debe ser una democracia es difícilmente comparable.

Ellos comprendieron muy bien que se trataba de la unión de varios Estados. Cada uno con su individualidad, y cada uno con sus leyes propias, que debían integrarse en una federación, la cual tendría en ciertos temas una ley común, y esa sería la ley federal. Hicieron entonces un marco jurídico que permitió que los 13 Estados originales fueran incorporando 37 Estados más, el Distrito de Washington y un estado libre asociado que es Puerto Rico. Entendieron que para que su régimen presidencialista sea sólido, la división de poderes debía ser muy clara.

Por lo tanto, dieron a la cámara de los representantes una participación que está en función del número de habitantes de cada Estado, para reconocer el peso de la población, pero pusieron una cámara del Senado, en la cual cada Estado es igual a los demás independientemente de su población y, entonces, cada uno de esos estados tiene 2 representantes, para reconocer la esencia de ese pacto, que era la unión de varios Estados en una gran nación. Entonces, la una cámara puede ser un contrapeso a la otra, y establecieron claridad en cuáles eran las funciones de la una, y cuáles las funciones de la otra. Y así, no se han dado episodios de echar presidentes, interpelar ministros a diestra y siniestra, y generar golpes de Estado desde el mismo congreso.

Y luego vieron que la Corte Suprema de Justicia debía ser otra función de enorme fuerza y respetabilidad, y la reservaron única y exclusivamente para resolver las controversias constitucionales, para interpretar ese extraordinario documento que es la Constitución, no la concibieron para enredarla con litigios o temas procesales. Y previeron que los nombramientos para tan alto tribunal fueran vitalicios, no susceptibles a los pactos políticos, no manipulables en función de cuotas de poder. Y para acceder a dicho altísimo honor, esto es ser miembros de la Corte Suprema de los Estados Unidos, los aspirantes son sometidos a un escrutinio minucioso por parte del senado, en el cual cada estado tiene el mismo peso que los demás, y por lo tanto los representantes de los 50 estados de la unión cada uno con igual derecho deciden si aceptan o no al candidato que propone el presidente para vigilar y proteger esa constitución que une a esos 50 Estados.

Ese sistema sólido subsistirá, a pesar de los retos que enfrenta por la división tan grande y apasionada que existe en el momento actual en los Estados Unidos y la efervescencia electoral. El colegio electoral, porque así fue hecho su sabio sistema de elecciones, determinará que el presidente electo es Biden, el Congreso lo nombrará y Biden tomará posesión del cargo, y gobernará a su país desde el 21 de enero del 2021. Y como ese es un país de instituciones, y los militares no son ascendidos por compadrazgos políticos ni por favor del presidente, obedecerán a Biden, y no habrá más vuelta que dar sobre el asunto.

Esa absolutamente clara división de poderes ha funcionado y sigue funcionando. La misma Constitución de solamente 12 artículos, a los cuales se les han hecho 27 enmiendas, muchas de ellas brevísimas, sigue vigente hoy. Y las funciones y obligaciones de cada poder del Estado, magistralmente establecidas, no han llevado ni a golpes de Estado, ni a que un poder pueda abusar del otro, ni a teatrales censuras y juicios de ministros.

¡Qué diferente al fiasco de Montecristi! Más de 400 artículos, en los cuales se privilegia la concentración de poderes, y no el correcto balance entre las funciones del Estado. El invento perverso del Consejo de Participación Ciudadana y Control Social, para que el ejecutivo lo cope todo, y tenga el control de toda la sociedad. El establecimiento solo de derechos sin conciencia de los deberes de los ciudadanos. No fue ese un ejercicio de padres fundadores, sino de ofensivos invasores, que vinieron de otro lado a experimentar con un conejillo de indias, que se llama el Ecuador. La democracia del norte nació fuerte, sólida. La nuestra, frágil, enferma. Pero si el día de hoy se ve cómo ha perdurado la sabiduría de George Washington, Alexander Hamilton, Benjamin Franklin, John Admas, Samuel Adams, Thomas Jefferson, James Madison y John Jay, se ve cómo el experimento de Montecristi sigue siendo un dogal, que lejos de proteger la democracia, como lo ha hecho la sabia Constitución de los Estados Unidos, la socaba siendo de hecho ya tan frágil y casi inexistente. (O)