Al momento que escribo este artículo todavía no hay un ganador de las elecciones estadounidenses. Sin embargo, en la madrugada del 4 de noviembre, Donald Trump anunció su victoria y solicitó que se detuviera el conteo, petición que obviamente no fue acatada. Cuando horas después las tendencias que parecían haberle dado la victoria se esfumaron, Trump fue al ataque, denunciando que se cometió un fraude electoral y anunciando prontas medidas legales.

Esto va mucho más allá de una irresponsabilidad de Trump, pues sus actuaciones fueron premeditadas y calculadas con evidente mala fe. Desde hace ya semanas se tenía conocimiento certero de que la gran mayoría de votos enviados por correo (cuya cantidad por causa de la pandemia batió todos los récords) eran a favor de Biden. Igualmente, se tenía muy claro que en muchos estados claves esos votos se contarían después del resto. En otras palabras, desde hace semanas los analistas habían advertido que en la noche del 3 de noviembre varias jurisdicciones se inclinarían hacia los republicanos, pero luego súbitamente cambiarían rumbo hacia los demócratas, un fenómeno que fue bautizado como “el espejismo rojo” (‘rojo’ por ser el color del Partido Republicano). No es coincidencia entonces que durante toda su campaña Trump cuestionó la legitimidad de los votos por correo y fue insistente en que pondría en duda cualquier resultado que contradiga las tendencias del 3 de noviembre como síntoma de fraude electoral. La prematura declaración de victoria de Trump, su solicitud de que se detenga el conteo, y sus subsiguientes acusaciones de fraude no causaron sorpresa a nadie que haya seguido de cerca estas elecciones. Todo fue un teatro preparado, del que ya los analistas nos habían advertido en varias ocasiones. Hizo precisamente lo que anunció que iba a hacer desde hace semanas y por razones bastante obvias.

No dejemos que la frecuencia con la que Trump nos ha acostumbrado a este tipo de escándalos nos haga minimizar la gravedad del asunto. Por primera vez en la historia de los Estados Unidos un presidente está de modo evidente intentando erosionar la confianza en un proceso electoral para mejorar sus probabilidades de permanecer en el poder. El equipo de Trump sabía perfectamente de la existencia del “espejismo rojo” y durante semanas se prepararon para usarlo como una herramienta para poner en duda la transparencia de uno de los sistemas democráticos más estables del planeta. Este es el tipo de estrategia a la que lamentablemente nos han acostumbrado nuestros caudillos latinoamericanos, pero verla en acción en un país con un récord de honestidad y transparencia como el de Estados Unidos debe causarnos una seria alarma.

Me genera gran preocupación ver la cantidad de autoproclamados liberales y defensores de la institucionalidad que, por el simple hecho de que Trump sea “de derechas”, hacen la vista gorda de este tipo de actos, los cuales son dignos de un dictadorzuelo de los trópicos. Al margen de que Trump sea reelecto o no, espero que este obvio intento de socavar el proceso democrático deje en claro el tipo de política que él representa y por qué debemos repudiarla. (O)