¿Alguna vez ha tenido la sensación de haber pagado caro por un bien o un servicio y luego, para aplacar ese sentimiento de bolsillo golpeado, usted mismo se ha consolado diciendo “al menos fue bueno”? Pasa con un plato de comida, con aparatos electrónicos, y hasta con unos buenos zapatos que duraron más de lo esperado.

Pero mucho peor que ese sentimiento es pagar por algo caro y que finalmente resulte malo. De las obras de la Revolución Ciudadana tenemos toda suerte de combinaciones, como cara e inservible (aeropuerto de Jumandy), cara y abandonada (edificio Unasur), cara e inexistente (Refinería del Pacífico), cara y de corto uso (escuelas del milenio), cara e inútil (aeropuerto de Santa Rosa), cara y difícil de mantener (Yachay Tech), cara y permeable (Plataforma Financiera). En fin, carísimas y malas.

En particular, hay una “obra” que a mi criterio es la que representa vigorosamente esa sensación desagradable de haber pagado caro, carísimo por algo y luego haber obtenido un adefesio como resultado: la Constitución de Montecristi. Nos la vendieron como una pócima mágica, como la mejor Constitución del mundo y como que iba a durar 300 años.

Lamentablemente, con una constitución no se aceptan devoluciones. No importa lo que haya costado. Se aceptan cambios (enmiendas y reformas), pero ni eso se hizo como se debía porque, recuerde usted, nada menos que la “reelección indefinida” la pasaron vía Asamblea Nacional con mayoría oficialista aquella nefasta mañana de diciembre (2015). Al día siguiente celebraban, con Constitución reformada en mano (la cual iba a durar 300 años), que Ecuador se había convertido en el tercer país de América Latina, luego de las desarrolladísimas Venezuela y Nicaragua, en permitir que un mandatario sea elegido indefinidamente. A los ciudadanos, quienes debíamos elegir indefinidamente, nadie nos preguntó. Para consulta popular quedaron temas de entretenimiento y moralidad como toros y casinos.

Hoy, esta Constitución, como dice Vicente Albornoz, es una de las mayores trabas que enfrenta el país para hacer algo tan, pero tan básico como, por ejemplo, equilibrar sus cuentas fiscales: para lograr que los gastos no superen en mucho a los ingresos. Este es solo un ejemplo que ilustra la bazofia carísima que pagamos. Cara y mala, malísima.

Entre la consulta popular, la construcción de ‘Ciudad Alfaro’, la conexión de fibra óptica y redes de distribución de electricidad, el funcionamiento de la Asamblea y la ampliación de dos meses de trabajo de la Asamblea, el funcionamiento del canal estatal y la publicidad, se presupuestaron cerca de $ 200 millones. Cara, carísima, y mala. En Ecuador, lo barato sale caro y lo caro, carísimo.

Amigos chilenos, esto en Ecuador ya lo vivimos. Hay formas más baratas de desaparecer fantasmas del pasado y una constitución nueva difícilmente es la solución a sus problemas. Así caímos nosotros. Pero ya que han decidido el camino de la Asamblea Constituyente, cuiden que no se roben sus instituciones y que, en nombre de una nueva constitución no se debilite su democracia. Nada es más caro que una república en el despeñadero. (O)