Continente maravilloso con una enorme incapacidad para encontrar un sendero positivo. Tenemos buenos momentos, pero pasajeros. Así sucedió en la década pasada, generamos esperanzas, pero parece que no hemos construido más allá del alza excepcional de las materias primas, y claro, el COVID-19 ha sido un golpe adicional muy muy doloroso.

Chile está al borde de un proceso constitucional (mañana domingo). Una constitución es, ciertamente, una oportunidad para discutir acuerdos colectivos básicos para la convivencia. Pero ¿lo es en los actuales momentos?, ¿lo es con polarización social acompañada de violencia? Ojalá que sí. Pero hay altas probabilidades de que sea más bien un proceso destructivo: afectar seriamente muchos de sus éxitos como el sistema de jubilación, la estabilidad macroeconómica o la apertura al mundo. ¿Con defectos? Ciertamente, que pueden y deben ser corregidos. Y quizás se crearán un sinnúmero de derechos, con lo cual triunfará la mentalidad de que “pedir y exigir más” es un buen negocio. Puede incluso ser un espacio para el predominio mayoritario de algunos y su venganza frente a los “enemigos”. A la larga una sociedad más polarizada y menos eficiente.

¿Argentina? Los 15 años de kirchnerismo profundizaron la dirección errada que ha tomado desde los años 40 (Macri no logró frenarlo, quizás porque él mismo venía de esa manera de hacer las cosas en la política y la vida). Ciertamente la indisciplina se refleja en los vaivenes inflacionarios y devaluatorios (varias hiperinflaciones) que surgen inevitablemente cada década y ahora estamos en uno de esos momentos. Pero más peligroso aún, el predominio (muchas veces empujado y protegido desde el Estado) de grupos que bloquean el funcionamiento de la sociedad. No es de extrañar que, ante la pandemia, varias multinacionales en el continente llegaran a acuerdos sensatos con sus trabajadores, menos en Argentina de donde se retiraron. Tampoco es de extrañarse que cuando al sector exportador le va mejor, se lo utiliza como financista del Gobierno y se le aplican todas las contraindicaciones de las clases de economía básica. La dolarización sería el freno a uno de esos problemas: la continua creación monetaria para satisfacer necesidades de los gobiernos a su vez prisioneros de las presiones sociales para más gasto. Y luego hay que rehacer la cultura de la vida individual y colectiva, volviendo a las libertades y responsabilidades básicas que permiten el progreso.

¿Venezuela? Ojalá no sea un caso perdido como Cuba, pero se parece mucho. No solo hay un mal manejo macroeconómico, lo cual es arreglable, sino un claro camino hacia ese fracasado comunismo donde se perdió la propiedad y la responsabilidad individual. Pero algunos grupos mantienen el sistema porque lucran maravillosamente, y para apuntalarse intentan exportar su revolución: parte de la violencia en el continente no es gratuita, sino un plan bien armado desde La Habana y Caracas.

No nos engañemos, una de las razones por las cuales el Asia va dejando muy atrás a nuestro continente es que la gente ha recuperado el sentido de que es bueno progresar, y eso (más que de mil derechos imposibles) requiere ahorro, trabajo y esfuerzo… ¡y menos quejas! (O)