¿Será que al fin tenemos fiscal general de la Nación, de a de veras? ¿Acaso podemos creer que el Estado ecuatoriano emprendió –realmente– una lucha contra la corrupción? ¿Podemos confiar en Diana Salazar? ¿O repetiremos nuevamente el ciclo de las novelerías iniciales y las decepciones finales? Porque parecería que los resignados ecuatorianos estamos a punto de asumir la corrupción como un alelo de nuestro patrimonio genético, y miramos bien sentados las conductas y decisiones de nuestras autoridades judiciales desde los graderíos de la indiferencia, el cinismo o el escepticismo. En estas condiciones, las gestiones y el discurso de la fiscal Salazar han estado sujetas a observación, seguimiento, permanente interrogación y cautelosa expectativa.

Quizás algún día consideremos el 7 de septiembre de 2020 como un día histórico, por la ratificación de la sentencia condenatoria contra un expresidente ecuatoriano y sus asociados, por haber utilizado el aparato de gobierno como una organización criminal. Un delito sin precedentes en nuestro país, con un proceso judicial inédito y conducido por Diana Salazar y sus colaboradores. Un proceso logrado gracias a la valentía y la curiosidad de algunos periodistas investigadores, y la ayuda de dos participantes menores en la ejecución de los delitos, aunque decisivas en su esclarecimiento. El tiempo dirá si estamos ante un acontecimiento histórico, a partir de sus consecuencias políticas, de su efecto deseado sobre la gangrena que consume al aparato judicial ecuatoriano, y sobre todo por la significación que la escéptica población le conceda.

Diana Salazar… ¿Diana cazadora? Advocación romana de la Artemisa griega, la diosa de la caza, el parto, la fertilidad y la naturaleza ¿Cazadora de vampiros en la mitología ecuatoriana? ¿Perseguidora de quienes nos chuparon la sangre durante diez años? El tiempo y sobre todo los actos dirán si las esperanzas que pusimos en ella y los homenajes que hoy le llueven se justifican. Porque por muy recta, decidida y competente que ella sea, no hará mucho sin una regeneración suficiente del sistema judicial, sin el apoyo de un gobierno mediante la no intromisión, sin el respeto de una Asamblea podrida que cualquier momento podría inventarse un “juicio político”, y sobre todo sin la transformación de una sociedad cobarde y malacostumbrada a la corrupción en sus transacciones cotidianas.

Condenar a casi todo un equipo de gobierno por un atraco a la nación no es asunto de todos los días. Insisto, tengo la impresión de que todavía no estamos conscientes de ello. En el mejor de los casos, siguiendo la bipolaridad ecuatoriana subsistente, nos limitamos a celebrarlo como si fuéramos ganadores, o a lloriquearlo denunciando “persecución política”. Me temo que aunque se haya hecho justicia, todos somos perdedores. Porque haber soportado lo abominable durante una década, y creer que la condena sirve –sobre todo– para evitar su temido y probable retorno, ilustra el posicionamiento perdedor de los ecuatorianos en nuestra vida política. Frente a ello, si Diana es quien creemos y queremos, todos deberíamos aprender de esa mujer. Gracias, Diana. (O)