Constantemente reviso diarios nacionales, escucho entrevistas de opinión y tengo la sensación de que vivimos tiempos complejos, donde aquello que nos agobia es superior a las cosas que nos generan bienestar y eso no tiene presentación. Es como si nos hubiésemos metido en un mar con aguaje y nuestra elección haya sido avanzar hacia lo profundo, creyendo que las olas van a detenerse, pero nunca dejan de llegar.

Empezamos el año con la llegada del virus que nos mantuvo encerrados más de dos meses, vimos gente enfermar y morir, tuvimos miedo. Aplaudimos a los doctores, cantamos desde los balcones y aprendimos a cocinar; sin embargo, cuando empezamos a salir las cosas no estaban mejor, lidiamos con desempleo, inestabilidad económica y nos enfrentamos a un año electoral con tantas candidaturas presidenciales, que parece un mal chiste de nuestra política llena de incoherencias, ego y vanidad.

En consecuencia, no podemos dejar en manos de terceros nuestra tranquilidad. Es necesario reconocer aquello que podemos cambiar, lo que permanecerá de la manera en la que se encuentra ahora, y eso que debemos abandonar para tener paz. Empecemos a agradecer lo que sí tenemos, parece que vivimos un tiempo de resistencia, así que no aflojemos el paso, no podemos rendirnos.

Creo que existe una luz que siempre se mantiene encendida, esa pequeña esperanza que vibra dentro de nosotros y permite levantarnos en las mañanas para intentarlo todo una vez más. Esa fuerza que nos hace creer que vendrán días mejores y debemos seguir luchando por ser felices, la vehemencia para no rompernos cuando todo parece desalentador. Es imperativo descubrir con qué fuerza está brillando esa luz dentro de nosotros y mantenerla viva pese a la adversidad.

Es necesario agradecer constantemente. Es vital dar gracias por el trabajo, salud, amigos y amor, pero si aún no tenemos todo, o nos falta alguno de esos elementos, debemos estar más agradecidos porque significa que estamos listos para empezar a recibir. Este es un mundo complejo en el que algunas veces nos queremos bajar, pero sabemos que no podemos, entonces tratemos de hacer agradable nuestro paso por la vida. No solo para vivirla de mejor manera, sino para aliviar un poco la de los demás también.

En consecuencia, tomemos conciencia de que ya nos falta poco para terminar el año, mantengamos el ritmo. Tratemos de ser agentes de cambio positivo desde nuestra acera. Seamos amables, llamemos a nuestros mayores para saber cómo van, estemos pendiente de la gente que amamos y no asumamos que la vida está comprada, recordemos que no somos dueños de los minutos que nos restan, así que debemos vivir como si todo terminara hoy.

Finalmente, tratemos de dejar a un lado aquello que mina nuestra felicidad y abramos las puertas a nuevas oportunidades. Dejemos el miedo a intentar algo nuevo y tomemos el riesgo que siempre esquivamos, no perdamos la fe y como dice Julio Cortázar “probablemente de todos nuestros sentimientos el único que no es verdaderamente nuestro es la esperanza. La esperanza le pertenece a la vida, es la vida misma defendiéndose”. (O)