Una vez conocidos los precandidatos a binomios presidenciales escogidos por los distintos partidos y movimientos políticos para las elecciones del próximo año, empiezan a barajarse las opciones de aquellos que ratifiquen seguir en la lid electoral luego del registro final por parte del Consejo Nacional Electoral. Como resulta sencillo deducir, esta será una campaña presidencial atípica en la cual las circunstancias de este dramático año terminarán jugando un rol esencial, por más que con el paso de los meses la gravedad de la situación se haya atenuado de una u otra manera.

En esa línea, los ecuatorianos empezarán en poco tiempo a recibir la más variada información acerca de las posibilidades de los binomios presidenciales con base en encuestas que usualmente proliferan en tiempos electorales. Naturalmente, los aspirantes a la Presidencia de la República serán los primeros interesados en conocer las distintas mediciones y, en ciertos casos, se preocuparán también de alterarlas según su conveniencia. Partiendo de ese punto, hay que reconocer que en los últimos años las encuestas han sido poco acertadas, salvo contadas excepciones, sea por omisiones y limitaciones de la recolección de datos o simplemente porque se han convertido en instrumento político al servicio de una u otra candidatura política; como el ciudadano común no cuenta con una fórmula efectiva que le permita contrarrestar los datos falsos, se deberán revisar los antecedentes previos de las encuestadoras y su inclinación o no a manipular cifras y datos.

Hay que reconocer que el fracaso de las encuestas y el fallo en los pronósticos es un efecto recurrente en las democracias contemporáneas, inclusive en el denominado primer mundo, lo que significa que en gran medida hay “motivaciones extravoto” que son virtualmente muy difíciles de incorporar, lo que lleva a su vez al electorado a comportarse de forma más autónoma e impredecible.

Un estudio sobre el tema revela que las encuestas tenían mayor capacidad de acierto cuando la motivación del electorado no estaba guiada por emociones “asociadas a sentimientos, discursos de malestar, desesperanza, temor”, lo que aplicándose al caso ecuatoriano revela el gran reto para las encuestadoras de descifrar el “pensamiento o el conjunto de sentimientos” que se pondrán en juego luego de un año tan complicado e intenso. Eso significa que más allá de la adhesión a uno u otro candidato, el electorado va a estar influenciado de forma trascendental por dos preocupaciones: la situación económica y la salud pública.

Habrá un reto adicional para las empresas encuestadoras, pues a su vez deberán interpretar los sentimientos derivados del impacto de la pandemia del COVID-19 y su asociación con una opción política, al punto de que en gran medida se señala que para realizar una encuesta seria en estos tiempos, se requiere de un conocimiento elemental del comportamiento humano luego de una experiencia tan dura y desgastante. Desafortunadamente, no son muchas las encuestadoras en el país con la capacidad de realizar mediciones políticas fiables y objetivas.