Las últimas estadísticas revelan que entre marzo y julio de este año se han inscrito en el Registro Civil más de 27 000 defunciones por encima del promedio de los dos últimos años a nivel nacional, seguramente relacionadas en su mayor porcentaje con la pandemia de COVID-19, ratificando de esa forma los presagios más temidos que ubican al 2020 como el más trágico en la historia republicana del Ecuador. En otras palabras, es posible asegurar que hemos asistido a una verdadera catástrofe, es decir, “un suceso infausto y extraordinario que altera gravemente el orden natural de los acontecimientos” y que pone en evidencia la vulnerabilidad del sistema de salud pública y de la responsabilidad del Estado en uno de sus objetivos básicos como estructura política territorial.

A partir del desastre que ha experimentado la nación, resultan válidas las reflexiones acerca del impacto de la pandemia en las relaciones políticas de nuestro país, con mayor razón cuando estamos próximos al inicio de una campaña electoral con varios aspirantes presidenciales; en ese contexto uno de los elementos relevantes es descifrar si la pandemia terminará fortaleciendo la nostalgia populista de nuestro pueblo o si en su lugar podría debilitar el discurso populista tal cual lo sugiere el analista Andrés Oppenheimer. En uno de sus últimos artículos, Oppenheimer sostiene que la pandemia ha debilitado fuertemente a líderes populistas y autoritarios, citando para el efecto los ejemplos del presidente brasileño, Jair Bolsonaro, y el de México, Manuel López Obrador, quienes han deslegitimado la realidad y transfigurado los hechos, sin tomar en cuenta que en la pandemia “los hechos se miden en muertes y no en reportes presidenciales o conferencias de prensa redactadas a modo del gobernante populista”.

En un reciente intercambio de ideas se consideraba que los gobiernos populistas son reiteradamente malos en la gestión de un problema de esta envergadura y que por lo tanto la pandemia pasará una factura seria al populismo como ejercicio de poder. Sin embargo, la posibilidad de la promesa redentora y la sustitución de “la legalidad por emociones” pueden terminar ratificando la predisposición histórica de nuestro pueblo a aceptar la narrativa populista de determinados candidatos presidenciales, en medio de ese discurso que se alimenta de la ignorancia, del miedo y de la incertidumbre colectiva, aún más cuando la disputa presidencial se dará en medio de una crisis económica posiblemente sin precedentes.

Ciertamente resulta todavía prematuro aseverar que el populismo ecuatoriano volverá a aparecer con fuerza en las próximas elecciones, más allá de que se sostenga que la tragedia vivida por el pueblo le permitirá diferenciar a aquellos políticos que estén en capacidad de ejercer la primera magistratura como ‘servicio, como responsabilidad personal y con humildad y conciencia’. La dimensión de la catástrofe, el recuerdo de los miles de fallecidos, la certeza del colapso estatal, la ineficiencia de un gobierno mediocre, ¿fomentará el retorno del populismo o terminará desterrándolo como práctica política? Imposible dar una respuesta. (O)