Las personas que sufren una discapacidad tienen una vida más difícil que el resto, es algo obvio. Desde el gobierno de Borja se iniciaron políticas públicas para dar compensaciones que les dieran alivio, disminuyendo así la brecha de inequidad y vulnerabilidad de ese segmento de nuestra población. Como la corrupción es sistémica, cada año aumentan las restricciones y burocracia para evitar que tramposos hagan lo suyo, aquello dificulta más la vida a las familias que tienen derecho a disminución de impuestos, beneficios sociales en concursos o acceso a equipos (incluidos vehículos) que podrían ayudar a mejorar su calidad de vida.

Evidentemente complicar el sistema de asignación de carnés no eliminará la corrupción de quien no tiene problemas de salud o aumenta fraudulentamente el grado de su discapacidad. Evaluar una por una a las personas que ya están en el sistema con discapacidades para descubrir y sancionar a los tramposos, junto con sus cómplices médicos y burócratas, es un paso importante pero no suficiente. Deberán ser cuidadosos para no aumentar el agravio a las personas que ya sufren maltratos frecuentes del Estado, sin discriminar a quienes sí tienen problemas de salud. Otro elemento sería continuar el escarnio público que por lo menos aleje de candidaturas a los corruptos.

Tratar de tener un pensamiento positivo para evitar “hablar solo de lo malo” o minimizar las estafas de tantos farsantes que llegan a justificar con leguleyadas sus actos deshonestos nos hace cómplices de permitir la corrupción sistémica que tenemos en el país. Debemos aplaudir que se devele lo negativo. Solo así la deshonestidad pasa a ser el problema más grave del país. De esa manera, podremos algún día tener autoridades honestas y un sistema en el que quienes avancen sus carreras en las instituciones públicas y privadas sean los mejores. Que sea común reportar al copión que ganaría becas por ello o por tener parientes importantes, que sea más fácil denunciar para que el miedo a perder el trabajo no limite hacer lo correcto. Sobre todo, lograr que el sistema judicial funcione; mientras la impunidad sea rampante, es imposible salir del hueco sórdido donde reinan los peores, los tramposos.

Sin castigos, o con la certeza de que las penas serán leves en esos pocos casos que son descubiertos en el robo, esos tipos viven del buen negocio de su deshonestidad, las probabilidades de ser descubiertos son bajísimas y, si acaso, reciben castigos mínimos. Los delincuentes en redes de atracos a fondos públicos roban por años. Los atrapan casi siempre por casualidades: se cae la avioneta de escape, la pareja cuenta las fechorías cuando la empiezan a estafar en el divorcio, se encuentra a quien lleva los cuadernos de extorsión o las cuentas del reparto...

Cada día es más normal que alguien haga trampa, a todo nivel, en todo lugar, casi a toda edad. Evidentemente el país pierde mucho más que dinero. La decepción junto con la desidia se nutren de tanta porquería, de la ausencia de ética. Ayer, un amigo vio un grafiti en un muro desgastado como nuestra ilusión. Ahí, en letras escamosas casi ya ilegibles, decía: Que no salga tan caro ser valiente. Que no cueste mucho ser honesto. (O)