Se equivocan quienes creen que hemos tocado fondo con el affaire de los carnés para discapacitados. Cierto que este episodio asquea a cualquiera con algo de decencia; mas no hemos tocado fondo aún. Algo parecido sucedió con la avioneta (dizque robada) que, usada por una pandilla fugitiva de la justicia, terminó accidentada en Perú, y hoy nos vienen con el cuento de la amnesia. ¿Y no fue lo que también se creyó –que habíamos tocado fondo– cuando se denunció el robo en la compra de las fundas para los cadáveres? –un capítulo que valió que el New York Times lo publicara en primera página como uno de los hechos de corrupción más impresionantes que se hayan registrado en el mundo–. Y así podemos ir hacia atrás para constatar que cada vez que creemos que la corrupción no podría ser mayor que el hecho que se acaba de descubrir en esos días, en realidad sucede que no es así, pues a la vuelta de la esquina se destapa otro evento que supera al anterior en sus dimensiones. Atrapados en esta suerte de espiral que gira y gira vertiginosamente y de la que sentimos que nunca llegaremos a su final, parecemos condenados a nunca tocar fondo. El gran riesgo obviamente es que con el tiempo terminemos perdidos como en un laberinto donde no solo habremos olvidado cómo entramos y cómo llegamos al punto en que nos encontramos, sino que tampoco sabremos cómo salir de él.

El problema de esta espiral es obviamente que terminemos mareándonos y olvidando. Olvidando los miles de millones de dólares robados luego de que Odebrecht regresó al país cuando había sido expulsada con gritos y alharacas por corrupta. O los miles de millones de dólares que se robaron en la construcción de la hidroeléctrica Coca Codo Sinclair, un entramado de robos y mentiras tan brutal que llamó la atención (otra vez) del New York Times, diario que publicó un reportaje en la primera página de una de sus ediciones como uno de los casos emblemáticos de la corrupción de empresarios chinos cuando se aconchaban con supuestos empresarios locales igualmente corruptos. O los millones de dólares que se escurrieron en la construcción de una refinería invisible o en la repotenciación de otra inservible o en el negocio de los seguros estatales o en la orgía de las frecuencias de radio y televisión que les aseguró a un mafioso internacional y un alcalde inepto acapararlas ilegalmente sin que nadie los tocara. Y así por el estilo. La lista es interminable. Han robado tantos y tanto. Han robado en grande y en pequeño. Robaron los de arriba y los de abajo. Los de la Sierra y los de la Costa. Los políticos y los burócratas, los izquierdistas y los empresarios. Pero no solo han robado. Además, mataron y persiguieron, como sucedió con el general Gabela y con Galo Lara, llegando, así, a normalizar no solo robo, sino hasta el asesinato.

Pero si creen que hemos tocado fondo, se equivocan. Lo único que podría estar tocando fondo es nuestra memoria y es eso lo que debemos evitar. Una sociedad sin memoria no podrá construir su futuro. Un futuro que solo podrá construirlo una ciudadanía activa y organizada. Solo ella podrá derrotar a semejante organización criminal. De lo contrario, lo que hoy estamos viviendo no será sino una sombra de un mañana que parece, ese sí, no tener fondo. (O)