La semana pasada, el diario argentino La Nación publicaba un reportaje sobre el tiempo que les podría llevar salir de la actual crisis económica a doce países de América Latina. Según el estudio, basado en el criterio de 200 expertos internacionales, el país que más rápido lograría sortear la crisis sería Uruguay. El segundo puesto lo tiene Chile y el tercero, Colombia. Nuestro país está en el décimo lugar, muy pegado a Cuba que ocupa el puesto 11 y Venezuela que está al último. Es decir, el Ecuador sería uno de los últimos países de la región que logren salir del túnel en el que hemos comenzado a entrar.

Y si solamente Cuba y Venezuela se demorarían un poco más que nosotros en salir de la crisis económica, ello significa que de ese túnel no saldremos sino hasta después de muchos años. Y es que el daño infligido por la mafia correísta es inconmensurable. Lástima que muchos no caen en cuenta de esto y siguen abordando la actual crisis bajo paradigmas tradicionales.

Todos sabían que iba a llegar este momento, el momento del ajuste. Lo sabía el Gran Ladrón, que vive cómodamente en Bélgica y que entre sus robos y estupideces es el responsable de la actual quiebra. Lo sabía la camarilla de mafiosos que lo rodeaban y que asaltaron a las arcas fiscales como nunca había sucedido en nuestra historia. Lo sabían muchos, pero muchos empresarios que vieron crecer sus fortunas obscenamente durante los años del correísmo, y que se hicieron de la vista gorda mientras el dictador violaba los derechos humanos y perseguía a medios y periodistas independientes. Lo sabían, obviamente, los contratistas públicos que no tuvieron empacho en robar desaforadamente en carreteras, hidroeléctricas y refinerías, así como en hospitales, seguros y universidades. Lo sabían los líderes de los llamados movimientos sociales que vieron en el correísmo el cumplimiento de sus sueños de un Estado obeso. Lo sabían muchos de los líderes políticos, incluyendo los que se decían de oposición, que terminaron de simple bufones y que hoy no quieren mirar al pasado.

Todos lo sabían. Todos sabían que caminábamos hacia una gigantesca quiebra, en la que el costo social sería altísimo. Pero más pudieron sus intereses personales, políticos, económicos, gremiales o electorales. La feroz persecución que desató el dictador contra unos pocos volvió cobardes al resto, y el dinero que derrochó a borbotones terminó silenciándolos a todos.

Así, hoy estamos ad portas de pagar el precio no de una farra, sino de un crimen. De un crimen cometido por más de una década.

Pero si bien todos sabían que el ajuste llegaría, ahora todos quieren que otros paguen sus costos. Y encima lo hacen en medio de la trágica pandemia que atravesamos. En nombre de la solidaridad, unos pretenden que sigamos manteniendo a más de 500 000 burócratas a un costo de 9000 millones de dólares. Mientras que otros, en nombre de la flexibilidad, se dedican a dejar sin una justa indemnización a sus trabajadores que despiden sin importarles su dolorosa situación.

Se equivocaron quienes creían que esta crisis nos haría una sociedad más humana y sensible. Como ha señalado recientemente Michel Houellebecq, pasada la crisis de la pandemia el mundo será igual que antes, en peor. (O)