En la I Guerra Mundial (IGM) (1914-1918) hubo varias decenas de millones de muertos, países devastados, hambre y miseria. Luego vino la Gran Depresión (1929-1933), una especie de alud económico-financiero cuyo resultado fue hambre, desocupación y miseria, en Estados Unidos y en países dependientes, directa o indirectamente.

En esta situación de angustia y desesperación aparecen los prestidigitadores que mágicamente ofrecen resolver todos los problemas del país; así como los seductores que enamoran a sus pueblos y les ofrecen el paraíso, en donde se derraman leche y miel, o los audaces mesiánicos que sorprenden a la gente con un verbo que convence, y así llegan al poder. ¿Acaso no pasó eso en Europa? Cuando apareció, nada menos que en Alemania, Adolfo Hitler, el Fuhrer; convenció con su verbo encendido a un pueblo derrotado y humillado, y ya conocemos la tragedia de la dictadura nazi, el Holocausto y la II Guerra Mundial; lo mismo sucedió en Italia cuando apareció Benito Mussolini, el Duce y los camisas negras, para la brutal represión; se impuso el fascismo y, aliado de Hitler, se embarcó en la guerra y terminó con una Italia destrozada y empobrecida. En España se impuso la dictadura de Francisco Franco, caudillo de España por la gracia de Dios, y en Portugal, la dictadura de Antonio Salazar de Oliveira; ambas, con un férreo control, se mantuvieron en el poder largos años, razón tenían de decir: Europa comienza o termina en los Pirineos.

Por desgracia, en nuestra latitud, la democracia se viene desmoronando, por culpa de los políticos depredadores que han abusado de ella. Quienes llegan al poder, por voluntad soberana del pueblo, actúan como los piratas o corsarios, creen que el país es su botín, para el usufructo de su familia y de agnados y cognados, para seguir en el disfrute les conviene mantener una democracia anoréxica. La corrupción, en estos países, se ha convertido en una verdadera pandemia y se cree que el antídoto o la solución es una dictadura militar para que, con mano dura, ponga orden, disciplina y no permita que roben. Sobre el tema, John Marulanda, columnista de El Colombiano de Medellín, en su artículo ‘Militares bajo juego político’, señala: “¿Volverán los militares al poder en América Latina? Es la pregunta que ronda por estos días entre analistas del más diverso pelambre, todos empeñados en proyectar rumbos políticos en la pospandemia. Coinciden en mencionar un descontento generalizado de las ciudadanías con la ineficiencia, ineficacia, corrupción e impunidad de los gobiernos tanto de izquierda como de derecha”.

Cuidado nos pase como en los tiempos pos-IGM o Gran Depresión y asomen los prestidigitadores, seductores o audaces.

En este panorama, hay interesados que piensan que son los militares los llamados a sacar las castañas del fuego; felizmente, nuestras Fuerzas Armadas, en estos 40 años de democracia, han dado muestras de su respeto al orden constituido.

Aun así, la pregunta es reiterativa: ¿serán la solución los sables, u otras alternativas no previstas en la Carta Magna, lo que salve a este desahuciado país? (O)