No es atractiva una ‘nueva normalidad’ repleta de restricciones, sin plazo perentorio a la vista, por temor a contraer COVID-19. Pero vivir en sociedad, dentro de un sistema, nos impone ciertas rutinas y comportamientos que pudiéramos rechazar si tuviéramos una mayor comprensión de la realidad. Por ejemplo, ¿es más eficiente desinfectarnos a cada rato o reforzar nuestro sistema inmunológico?

De a poco, la corrupción se convirtió en la ‘nueva normalidad’ del Ecuador. Si alguien piensa que exagero, solo debe reparar en todas las veces que sintió frustración porque algo no funcionó como debía y tuvo que apretar los dientes, impotente, porque así “funcionan” las cosas aquí.

Esto llevado a esferas más altas se refleja en la colusión entre funcionarios del Estado y representantes de empresas privadas que logran “acuerdos” que luego quieren justificar discutiendo si se trata de sobreprecio o sobrecosto, entre otras linduras.

Los mañosos buscan beneficio propio tomando atajos o ventajas y riéndose de los honestos; son como el coronavirus que nos tiene de rodillas y temerosos comprando gel, usando mascarilla, cuando lo que necesitamos es reforzar nuestro sistema inmunológico para vencer a este virus y a otros que aparecerán cada tanto.

Intuimos cómo funciona el sistema que facilita la corrupción, pues las denuncias que saltan por doquier revelan que el problema no solo son las ratas atraídas por el queso, sino que los gatos ahora les facilitan el lleve y además las protegen. Las conexiones políticas son la respuesta. Y lo de fondo son las consecuencias.

Por ejemplo, un equipo de este Diario analizó los contratos de quince hospitales del IESS adjudicados en los últimos siete años y descubrió seis grupos de proveedores ligados a funcionarios del anterior y el actual Gobierno, que en conjunto recibieron $127,5 millones en contratos.

Y que abunden entes para combatir la corrupción no es garantía alguna.

Ahí se entiende por qué las denuncias no prosperan, por qué los funcionarios involucrados en corrupción tienen tiempo de ir a refugiarse en Perú, en Miami, se quitan el grillete y se van muy campantes, eso cuando no les dan arresto domiciliario, cumplen una sentencia mínima en condiciones favorables o, peor, son enviados en misiones diplomáticas, todo a costa de nuestros impuestos.

Para cambiar este orden de cosas no basta el hartazgo de los conscientes, la indiferencia de los electores también tiene su peso. Por eso hay que hacer que el destino del país le interese a más gente, a todos los votantes, capaces de establecer un razonamiento que vincule causas y efectos, que se den cuenta de que el desfalco de los dineros públicos nos complica la vida como sociedad porque desmejora la calidad de los servicios que provee el Estado, como educación y salud.

La tarea es enorme y pasa por inculcar en la población conceptos básicos de formación política y económica, para que la gente tenga las cosas bien claras, aspire al progreso, esté motivada a defender los bienes adquiridos de manera honesta y rechace a los corruptos. De lo contrario, seguiremos siendo los perdedores de esta historia. (O)