El gobierno parece haber dado marcha atrás en su decisión de bajar el perfil al vicepresidente de la República en el manejo de la crisis del COVID-19. Otto Sonnenholzner apareció nuevamente el jueves de la semana pasada en una cadena nacional en la que presentó un informe de lo realizado por el gobierno en la emergencia sanitaria. Volvió a tener presencia después de que el presidente, en una decisión inexplicable en contra de su propio gobierno, lo separó como cabeza del COE-Nacional. Un gobierno débil, con poquísimos cuadros –el gobierno comienza y termina en la mesa chica–, se daba el lujo de perder a su figura más destacada. ¡Absurdo!
El retorno de Sonnenholzner a través de la cadena corrige solo en parte el error porque el gobierno, de todos modos, realizó una serie de cambios ministeriales entre los cuales el más importante, por el efecto sobre el manejo político, fue en la Secretaría de Comunicación. Cambiar de estrategia comunicativa en plena emergencia, proyectar una nueva imagen del presidente, tratar de darle protagonismo cuando no lo tiene, constituye un giro que tomará tiempo y trae riesgos. Los gobiernos suelen creer que sus debilidades políticas pueden corregirse con estrategias de comunicación, como si las campañas publicitarias pudieran reemplazar las acciones políticas. La comunicación política se vuelve vacía cuando no viene acompañada de actos que le den contenido y fuerza.
Celos políticos, envidias, luchas por el poder, comensales de palacio interesados en quedar bien con el presidente para ganar espacio, poco criterio presidencial y disputas de liderazgo político frente a la próxima elección, parecen haber estado detrás de la decisión de bajar el perfil al vicepresidente. Extraño: el gobierno golpea a sus propios cuadros. Los actores políticos haciéndose un harakiri.
Quizá Sonnenholzner ha exagerado su protagonismo político para forjar un liderazgo que pueda entrar en el juego electoral del 2021, pero no hay duda de su fuerza, vitalidad, juventud, entusiasmo inclusive; refresca la política de los viejos liderazgos sobre todo en la dividida centroderecha, tendencia que se ahoga a sí misma en las disputas personales. Tiene un discurso pragmático de servicio, por fuera de los marcos ideológicos convencionales, pospolítico. Proviene de un grupo social en Guayaquil que lo aproxima con las élites, y sus recorridos por el país, día y noche, para enfrentar la pandemia en condiciones de extrema limitación, le han dado una experiencia social nueva del Ecuador.
Resulta mezquino que la política se empeñe en sacrificar liderazgos que emergen cuando más los necesita el país. En medio de esta múltiple crisis que nos agobia, de este desierto de liderazgos, de su pobre representatividad, de su caducidad, de sus infantiles y vanidosas disputas internas, ver a alguien jugarse entero, dar cierta coherencia y vitalidad a la gestión de un gobierno débil, encabezado por un presidente débil, da cierto respiro y energía para seguir en la durísima lucha. Ojalá la cadena del jueves pasado represente una rápida y pronta rectificación del gobierno, una indicación clara de que Moreno no quiere mostrarse cada vez más solo, aislado, y rodeado de funcionarios encargados de llenarle la cabeza de fantasmas, y él creyéndoselos. (O)