La culpa la tenía el tío Antuco, pero cuando los primos Varea Maldonado llegaban de Quito, yo volaba a esconderme. Este tío de mi papá insistía en que el primo Pablo era mi novio y que nos íbamos a casar. Tal vez por eso no tengo recuerdos del primo Miguel antes de mi adolescencia.

Miguel Varea, ese artista enorme, ese incansable trabajador del arte, ha muerto y vienen a mi mente los años 70. Siento que lo conocí en esa época, escuchando a los Beatles y con un pelo más largo aun que el de aquellos cantantes a quienes papá despectivamente llamaba “pelucones” y cuya música nos prohibía oír.

El Miguelito era el auténtico hippie que toda familia tradicional y conservadora debe tener. Sus dichos me causaban total fascinación, cuando se le hacía alguna pregunta que él consideraba absurda, solía decir: Andate a pellizcar vidrios con guantes de box. Si algún comentario le parecía arrogante, no faltaba su Mátame, cocodrilo, que me hago lechuga.

Siempre fue un tipo original, auténtico. Estoy segura de que vivió con coherencia, de acuerdo a lo que él creyó. Su legado a la plástica ecuatoriana es grande.

Sus historias, siempre oportunas e inteligentes, las recuerdo y me río sola. Su voz ronca de fumador junto a ese hablar pausado de un auténtico “Evangelista de la ‘kannabis’”, como se definía, le ponían su impronta a las anécdotas. Cuando yo estaba embarazada de mi hija Carolina, caminaba muchísimo y un día me lo topé al salir de la Universidad Católica, y al ver a su prima 10 años menor, con una barrigota, se acercó. ¿Ya tienes nombre para el guagua? No le pondrás ni tu nombre ni el nombre del taita... Y me dijo que llamarse igual era una vaina que en su casa había confusiones entre él y mi tío. Me contó que en una ocasión alguien le llamó por teléfono, que el tío Miguel alzó el auricular de arriba y él, Miguelito, el de abajo. ¿Está Miguel? No, no está, respondió el tío. Papi, sí estoy, aclaró él. A lo que el tío respondió: Cojudo, si estás aquí, ¿para qué te llamas?

Creo que no falté a una sola de sus exposiciones, cada vez se superaba a sí mismo. En cambio, a él lo vi una sola vez en mi librería. Oyes, qué buenos libros que tienes. ¿No quieres hacer canje?

¿Canje? Le pregunté yo. Claro pues, yo te doy obra mía, vos me das libros. –Uy, Miguelito, me encantaría, pero yo no tengo posibilidades para tener un cuadro de Miguel Varea, es muy costoso.

¿Qué he de creer? Y ¿qué tienes colgado en las paredes de tu casa, pues? Yo le fui enumerando: Una torera chiquita de Jácome, un Ricaurte que es de mi hermana Susi, unos bodegones de mi hija Paz, un cuadro pintado por mi sobrino Jaime Izurieta, un afiche de Rothko, otro de Dalí... –¿En serio? –¡En serio! –Uta hermana, ¡qué pobre tu cultura visual!

El primo hippie, el gran artista, el buen tipo, ha muerto en tiempos de COVID-19, pero no de COVID-19. Paz en su tumba. (O)