Cuando un puente colapsa en la costa ecuatoriana, con ríos navegables, a los pocos minutos hay unos ciudadanos con sus canoas que están ofreciendo el servicio de transportar personas y artículos de una orilla a otra y mitigan de inmediato la tragedia.

A los quince días del evento, llega un equipo técnico del ministerio. Visita el lugar, y luego prepara un informe. Ese informe está listo en un mes, y dice: Conclusiones: “Se cayó el puente. Causas probables: Falla en el diseño y/o deslizamiento de las bases por efecto de la lluvia”. Recomendaciones: “Crear un comité para desarrollar la estrategia óptima, dentro de los procedimientos legales y reglamentarios, para abrir el concurso y proceder luego a la reconstrucción del puente”.

Gracias a Dios, esos canoeros siguen ahí apoyando mientras todo el largo proceso lleva a que a lo mejor haya nuevamente el puente.

Por ello, cuando uno ve que el mundo funciona así, entra en pánico se empieza a ver que el Estado quiere dirigir la reestructura de la sociedad más allá de lo que debe hacer, que es fijar las grandes reglas, el gran marco de referencia, pero no meterse en lo que no debe, que terminaría haciendo más daño que bien.

Unos, por ejemplo, proponen que el BCE, que no tiene menos liquidez que un anémico crónico, otorgue líneas de crédito dirigidas a tal o cual sector a tasas fijadas por decreto. Veinte años de dolarización y todavía no se entiende que el BC no puede otorgar créditos. Otros pretenden que las universidades y colegios privados bajen las pensiones y mantengan a todos los profesores, con lo cual se firma la quiebra de esas instituciones. Otros quieren que las empresas no despidan a nadie, con lo cual fuerzan a algunas que sí pueden sobrevivir a que cierren definitivamente, en perjuicio de los trabajos y la actividad económica que sí podría aguantar. Otros quieren que las reservas de bancos y cooperativas vayan a un fondo, para con el mismos dar “créditos de rehabilitación”. Esa idea pulverizaría al sistema financiero de una sola. Otros quieren que los arriendos bajen a la mitad, con lo cual fondos inmobiliarios que manejan ahorro de muchos ecuatorianos podrían quebrar.

La desesperación jamás es buena consejera. Lo que el Estado y la gente tiene que comprender en esta crisis son solamente dos cosas fundamentales para salir de la misma:

1.- La energía de la sociedad, y del gobierno, debe concentrarse en obtener 10 000 millones de dólares frescos para el total del año 2020 en el exterior. Una economía dolarizada no puede generar medios de pago si no vienen recursos del exterior, y hoy dadas las circunstancias, tiene que ser mediante grandes transferencias de los organismos internacionales y gobiernos que apoyen al Ecuador.

Cuando pretendemos que “unos aporten para otros” debemos entender que es reciclaje de sangre entre anémicos. Los recursos que se puedan tomar de unos ecuatorianos para dar a otros (cosa loable, y que debemos apoyar con todo corazón sobre todo cuando se trata de las campañas humanitarias) no traen recursos de afuera, y finalmente no aportan para que existan medios de pago, “sangre nueva y fresca” indispensable para sobrevivir.

2.- La gente entiende las cosas mejor que el gobierno. La gente sabe cómo arreglarse con su acreedor, con su deudor, con su inquilino, con su alumno, con su empleado, con su empleador. En mi artículo anterior decía que todos tenemos que aceptar que somos más pobres, y que por lo tanto tendremos que buscar acuerdos, y tendremos que buscar cómo adaptarnos a esa nueva realidad. Nuevos arriendos, nuevas formas de contratación, nuevas formas de pago de salarios, nuevos contratos laborales. Eso es lo que tiene que facilitar el Estado: el marco jurídico para que los arreglos se den.

Pero lo que no debe hacer el Estado es fijar demagógicamente las condiciones específicas de esos acuerdos, porque vendrá la presión de los electoreros, vendrá la presión de la política, vendrá la presión de la imagen, vendrá la presión de los grupos de interés, y en vez de remediar la crisis, se empeorará.

Yo confío en los canoeros, en la intuición y sabiduría de la gente, en la garra de los empresarios que lucharán por sus empresas, en el sentido común de los trabajadores, y en la calidad humana que mostrarán los ecuatorianos.

No confío en el dirigismo del Estado, porque nunca ha funcionado. Un Estado fuerte y con personalidad no tiene que ser intervencionista. Necesitamos una guía, una dirección, un nuevo marco legal para reformular nuestros contratos. Es decir, necesitamos un libro de cocina, pero nosotros sabremos qué receta escogemos, qué receta preparamos, y a qué hora comemos. Si el gobierno pretende darnos el libro y venir a nuestras casas a cocinar, la comida saldrá mala y todos terminaremos intoxicados. (O)