Los muertos, del espanto, no quieren resucitar. Los no nacidos, del espanto, prefieren esperar para que los traigan al mundo. Y los vivos nos aferramos más a la vida, disminuida después de ver caer a familiares, amigos, decenas de miles de seres humanos con derecho a vivir, que les fue negado por la espantosa criatura.

¿Cómo han reaccionado las personas a las pestes en la historia? En el año 430 a. C. hubo en Atenas una peste bubónica o tifus, en el marco de la guerra con Esparta. El historiador Tucídides relató las penurias de los atenienses y las innumerables muertes: Se contagiaban y perecían como ovejas o por abandono, cuerpos sin enterrar. Por miedo no se visitaban unos a otros. El oráculo había vaticinado a los espartanos que Dios se pondría de su lado y la peste hizo más estragos en Atenas que en Esparta. “Hicieron plegarias en los templos, pero todo fue inútil y acabaron por renunciar, vencidos por el daño”.

2450 años después, observamos con estupor cómo la historia se repite: en Guayaquil, la ciudad ecuatoriana más afectada por el coronavirus, muchos cadáveres abandonados en las calles y otros no retirados de sus casas por días; anuncio fallido de enterrarlos en fosas comunes, que tantos malos recuerdos trae a la humanidad; inadmisión en hospitales públicos y privados a personas que requieren urgente atención; rechazo en otras ciudades ecuatorianas a personas que viajan desde Guayaquil; actitudes xenófobas de una alcaldesa y de aporofobia de un funcionario de “cultura” y de una periodista de televisión.

Con motivo de la renuncia de la ministra de Salud Andramuño, se reveló que el régimen había dispuesto que la emergencia sanitaria sea atendida con el presupuesto asignado al ministerio. No más. Y los profesionales del ramo denunciaron la falta de implementos de seguridad en los hospitales para impedir el contagio de ellos, los que recién se proveyeron después de la denuncia. El relator especial de la ONU manifestó en septiembre de 2019 que las medidas de austeridad anunciadas por el Gobierno ecuatoriano pueden perjudicar la efectividad y sostenibilidad del sistema de atención médica y recomendó aumentar las inversiones en el sector, al menos en el porcentaje establecido en la Constitución.

Mateo Salvini, exministro del Interior de Italia, culpó a los inmigrantes africanos de la irrupción del virus. En 2016 esa extrema derecha dijo que la llegada de los refugiados llevaría a Europa enfermedades. Mientras, Portugal, por la pandemia, decidió regularizar la estadía de todos los inmigrantes que tenían pendiente la autorización de residencia, con derecho a acceder a servicios médicos, poder trabajar y gozar del subsidio de cesantía.

En España, el ejército halló cadáveres de ancianos en residencias de personas mayores y viejos abandonados. Un alto funcionario médico de Holanda expresó que el colapso que estaban viviendo los hospitales en Italia y España se debía a la atención de miles de ancianos contagiados por el COVID-19. “Admiten a personas que nosotros no incluiríamos porque son demasiado viejos”, agregó. Odio al extranjero pobre, odio al anciano que le resta espacio al más joven. Los nazis eliminaron a los ancianos. Eran, entre otros, “vidas indignas de ser vividas”.

En la Edad Media, para aplacar las plagas se hacían sacrificios humanos. Ahora también, a los ancianos, los inmigrantes, los pobres, estigmatizándolos inclusive. La peste bubónica del siglo XIV, que mató 100 millones de personas, entre el 25 % y el 60% de la población europea, tornó más violenta y persecutoria a la sociedad. En Ensayo sobre la ceguera, Saramago relata cómo el orden social se desintegra rápidamente. Una mujer es la única persona en la obra que no pierde la vista, es la conciencia de la humanidad. Interpelamos y nos interpelamos.

También hay agendas gubernamentales mezquinas: De Estados Unidos de América contra Venezuela, Irán y Cuba (pidiendo a los 40 países que han solicitado su ayuda médica, que la cancelen), priorizando su afán hegemónico mundial y no la atención al combate contra el coronavirus. De Filipinas, que quiere matar con balas a los que violen el confinamiento y, de hambre, en las cárceles. De Hungría, que quiere perpetuarse en el poder y ejercerlo más autoritariamente.

Pero la sensatez se ha impuesto en algunos lares: el Gobierno irlandés dispuso que los hospitales privados funcionen como públicos mientras dure la pandemia. Aquellos, con sensibilidad, han aceptado y los pacientes serán atendidos gratuitamente. Y el presidente francés declaró que bienes y servicios como los de salud deben estar fuera de las leyes del mercado.

El dilema es aniquilar el virus sin que con la cuarentena mueran de hambre los más pobres que necesitan laborar. La OIT informó que hasta 25 millones de empleos están en riesgo. Cientos de personas han sido despedidas de sus trabajos en Ecuador durante la emergencia. Mas otra gran plaga existía antes de esta: Según la ONU, 8500 niños fallecen diariamente de desnutrición. En 2017, el 1 % de la población mundial acaparaba el 82 % de la riqueza, lo que no debe haber variado mucho. ¡Cifras que hieren y ofenden! Algunos se han enriquecido “lícita” e ilícitamente en la crisis.

¡Gracias a los que trabajan en los servicios esenciales y no han parado! ¡A reinventarse para hacernos más humanos, dignos huéspedes de la casa común! (O)