Guayaquil está de luto, herida y golpeada, con miradas tristes, con sentimientos de impotencia y miedo. Nunca vimos venir esta ola pandémica, con una fuerza y velocidad inusitadas, que traspasa nuestros cimientos y capacidades de atención.

No es la primera vez que Guayaquil enfrenta una pandemia mortal. Ya la fiebre amarilla en 1842 atacó la ciudad y, según las notas de los historiadores, el saldo fue de 2454 muertos y más de 8000 infectados, y tuvo como valiente líder a Vicente Rocafuerte –en su papel de gobernador–, quien lideró ese camino de las tinieblas.

Reportaba Rocafuerte, de acuerdo con los documentos históricos, que “la epidemia no afloja, el número de muertos es siempre de 25 a 30 y 36 por día y los médicos son de opinión que con el invierno puede localizarse y permanecer en este recinto hasta el mes de junio... la epidemia ha cundido en el campo, y aunque de un carácter más benigno que en la ciudad, no deja de hacer estragos...”. Alberto Cordero Aroca, en un artículo histórico-filosófico publicado en la Revista de la Facultad de Ciencias Médicas de la ciudad de Guayaquil, agrega que Rocafuerte tuvo que actuar con sentido de responsabilidad, formó́ una junta de beneficencia para ayudar a los pobres, y tomó todo tipo de duras medidas para intentar frenar la epidemia, levantó fondos, construyó obras, aseguró fuentes de agua, aseguró un humanitario panteón, y todo lo que estuvo al alcance para mitigar la suerte de los pobres, contagiando con su espíritu además la solidaridad local y nacional.

Agrega este historiador que “también Rocafuerte sufrió́ la enfermedad a principios de enero de 1843, convaleciente se dirigió́ a Quito para asistir en calidad de diputado a la Convención Nacional de 1843. Fue este un preclaro y eximio ciudadano sobre cuyos hombros gravitó́ una carga aplastante que cualquier otro magistrado en iguales circunstancias habría rehusado, pero sin vacilar aceptó́ como buen guayaquileño, patriota y benefactor, la salvación de una ciudad víctima de la más horrible calamidad, pese al dolor que oprimía su corazón por la muerte de sus seres queridos, no desmayó́ en su esmero por buscar el alivio general, fue el genio consolador de su pueblo en medio de la tempestad”.

Ese espíritu, madera de guerrero de Rocafuerte, hoy lo tenemos que llevar todos. Tenemos que inspirarnos en él desde nuestra propia trinchera. Hoy los Rocafuerte son todos nuestros médicos y enfermeras que están en la primera línea de batalla (algunos de ellos caídos en el fiel cumplimiento de su juramento hipocrático); los agentes de tránsito; los bomberos y personal de socorro; todos quienes no pueden quedarse en casa por cuanto trabajan en las actividades esenciales que no pueden parar; los trabajadores del transporte público; los policías y las fuerzas armadas, los periodistas, nuestras autoridades y en especial los funcionarios de las instituciones que arriesgan su vida para que siga funcionando el país en medio de la desgracia general. “Todos somos Rocafuerte”, los que nos hemos quedado en casa sacrificando nuestros ingresos, nuestra economía, nuestra producción, en función de la salud de la ciudad y del país.

Guayaquileños: nuestra historia es guerrera, nada ni nadie nos detendrá, hemos siempre vencido el miedo y la adversidad, con la mirada firme, superando todo obstáculo que la historia nos ha puesto en el camino. Guayaquileños, vamos a superar esto juntos, volveremos pronto, no miremos atrás, miremos adelante, recordemos siempre a quienes se han ido, abracemos a los que tenemos aún e inspirémonos y digamos: “Todos somos Rocafuerte”. Dios bendiga a Guayaquil y a todos. (O)