Entro a la librería y el silencio me sobrecoge. Preparo los pocos pedidos que enviaré a domicilio, reviso el correo con la esperanza de recibir un pedido más, respondo alguna entrevista, apago la luz y salgo con un nudo en la garganta. ¿Sobreviviremos? Le pregunto a la figura que salta la rayuela en el letrero verde. No me responde, parece que tampoco sabe.

Hace trece años, en estas mismas fechas el trajín era arduo, mi hermana Susi, mis hijas, mi sobrino y yo revisábamos minuciosamente que todo estuviera en su punto. Inauguraríamos la librería el 1, el 2 y el 3 de abril. Jaime José Izurieta, el sobrino arquitecto remodelador y demoledor, que convirtió mi casa en librería, me había sacado de la cama un 6 de agosto, a punte martillazos. ¡¿Qué haces?! (Inconsciente) le grité; “te dije que empezábamos hoy, tía”. Yo me había mudado a medias, pero él empezó de acuerdo a su cronograma; sin embargo, a fines de marzo él seguía probando la iluminación, el piso, los baños... Carito, por su parte, nos ayudaba con la comunicación, mientras Paz no paraba de abrir cajas y poner a todos a trabajar con su cariñoso y habitual ¡zoquete! Mi hermana Susi y yo peleábamos, mientras yo tenía la ilusión de ver a mi Rayuela desbordada de gente, ella temía que la inauguración fuera como una estampida de elefantes. Ganó ella, hicimos tres invitaciones. Así fue como el 1 de abril invitamos a los dueños y gerentes de las otras librerías, a los editores y distribuidores, en definitiva “al gremio”. El día 2, a la familia y a los amigos más cercanos; y, el día 3, a ciertas autoridades, al público lector y a los bibliotecarios y profesores con quienes venía trabajando desde Servicios Libreros. Fue una noche espectacular, la nueva guagua tuvo dos padrinos de lujo: Gonzalo Ortiz Crespo, en ese entonces director de Cultura del Municipio, quien recibió la librería para la ciudad, y Pepe Laso.

Desde aquel abril del 2007 cada año hemos celebrado el cumpleaños de Rayuela por todo lo alto. No han faltado a la cita la poesía, las charlas sobre literatura, e inclusive la música: Margarita Laso cantó en el décimo aniversario y el “pana” historiador y gestor cultural ibarreño Juan Carlos Morales siempre nos acolitó con su guitarra, cantando con su voz poemas de Neruda, Huidobro, Benedetti... Este año, el de su décimo tercer aniversario, la librería estará cerrada, oscura, añorando su habitual fiesta. Extrañará la música, las voces y las risas de los lectores que la han acompañado y sostenido.

Entro a mi casa y lloro bajito. Es que no sé cuál es mi casa: ¿esta donde escribo, leo, duermo, me baño, cocino, abrazo, me río; o aquella donde trabajo, escribo, leo, me río, abrazo y me abrazan; aquella donde me esperan libros que no he acomodado y sueños que no han terminado? Creo que Jaime José creó un espacio tan acogedor que aún me confundo porque en ambas vivo.

¿Sobreviviremos? Me pregunto a mí misma mientras me quito los zapatos y echo desinfectante en las suelas. (O)