Z. Bauman y L. Donskis señalan en Ceguera moral (2017) que no es ingenuo preguntar si la universidad, como espacio de erudición e integridad intelectual, sobrevivirá al siglo XXI. Para los autores, el sistema académico ha sido invadido por la burocracia, cuyo lenguaje empresarial recuerda la neolengua orweliana: “Una aproximación instrumental a la cultura delata inmediatamente un desdén tecnocrático hacia el mundo de las artes y las letras o una apenas disimulada hostilidad hacia los valores y la libertad humana”.

Hace más de una década la pretensión de hacer de las universidades ecuatorianas unas miniaturas de sofisticadas universidades europeas y norteamericanas tomó por sorpresa a la comunidad académica, que sintió lesionada su autonomía. En el marco de la Ley Orgánica de Educación Superior 2010 y en tiempos de René Ramírez, quien presidía la Senescyt y el Consejo de Educación Superior, se lanzó con pompa la Agenda 2035. Poco o nada sabemos de su ejecución.

Con la consigna Universidad y Sociedad, varios grupos de trabajo aportamos lineamientos para el periodo 2017-2022, que fueron recogidos en el libro Las reformas universitarias en Ecuador (2009-2016), publicado por la UASB en 2017. Resalto, por lo coyuntural, la observación de retomar los bachilleratos técnicos. ¿Se acogieron algunas propuestas más allá de los cambios en la LOES 2018?

En junio 2018 tuvo lugar en Argentina la III Conferencia Regional de Educación Superior, en la que se esbozó el Plan de Acción 2018-2028, enmarcado en los Objetivos de Desarrollo Sostenible 2030 de Naciones Unidas. Fue René Ramírez quien nos representó. ¿Se compartió esta agenda con universidades ecuatorianas?

Según el Instituto Internacional de la Unesco para la Educación Superior en América Latina y el Caribe (2019) la tasa de matriculación regional es del 51 %, por encima de la media de países de la OCDE y la Unión Europea. De 1,8 millones de alumnos en los 70, la cifra creció a 30 millones en el 2019; no así las tasas de grado que son menores que los países de la OCDE, siendo Chile el país con mayor porcentaje (31,4 %), seguido de México y Colombia. Algunas posibles razones:

1) Entre obtener un doctorado, preparar y dar clases, corregir trabajos y tesis, revisar textos de colegas, e investigar y publicar a marcha forzada, los docentes encuentran dificultades para conectarse con el alumnado. Un reciente artículo del New York Times recoge varios estudios sobre las serias crisis de salud que presentan los docentes ante la demanda de ser ‘más productivos’.

2) Agobiados por los constantes ajustes internos derivados de los cambios de reglamentos, los directivos se esfuerzan por responder con calidad a la indetenible diversificación de estudiantes, sin perder su espíritu fundacional. Edad, nivel socioeconómico, etnia, género, discapacidad y expectativas son algunas variables de los nuevos perfiles.

3) Desconfiados ante la autoridad, con docentes desmotivados, prácticas desorganizadas, materias irrelevantes y horarios inflexibles, los jóvenes desertan del sistema, desesperanzados por el bloqueo a su deseo de saber.

Una diligente gestión respondería mejor a estos desafíos si las universidades pudieran autorregularse y autogobernarse. No es solo que su heterogeneidad hace imposible encajarlas en un mismo modelo de funcionamiento sino que los estándares construidos para su operación no pueden apropiarse de la esencia de los procesos educativos. De esa virtud que concreta la ilusión pedagógica en la transferencia del aprendizaje.

El destacado investigador chileno José Joaquín Brunner, de paso por la Universidad Casa Grande para celebrar su 25.º aniversario, señalaba que existen instituciones que conservan intactos su reputación y estatus. Y que son preguntas mayores las que las convocan: el sentido de la historia, el estatuto de la razón, el lugar de lo sagrado, los rasgos del ambiente, los tesoros de la cultura y las artes, las grandes religiones, la poesía. También la crisis de la democracia, la persistencia de desigualdades, las fallas del Estado, las utopías de los populismos carismáticos. De lo contrario, decía Brunner, “la experiencia formativa será pasajera, carente de densidad histórica y perspectiva cultural”.

La revolución industrial nos legó la teoría de la educación como cadena de producción, expresa J. N. Harari. ¿Capitalismo académico? Tal dirección no apunta a que el estudiante construya su lugar en la sociedad líquida contemporánea. ¡La universidad debe recuperar su voz en el debate! (O)