La tolerancia y la democracia son dos conceptos inseparables. La democracia por su propia esencia protege el pluralismo de opinión, de pensamiento, de ideologías, distintos proyectos políticos, bajo un esquema reglado institucionalmente con mecanismos de defensa de la igualdad de oportunidades entre los ciudadanos. Por eso, no hay mejor pista de aterrizaje para la tolerancia que la democracia misma, es su hábitat perfecto, es consustancial a ella.

La tolerancia tiene muchos matices. Uno de ellos es la tolerancia como valor en la democracia, y desde esa óptica aparece vinculada a la búsqueda de la verdad. Max Weber sostuvo que “en una democracia la ‘verdad’ solo puede ser alcanzada por la confrontación de ideas” ya que la verdad no puede ser una sola, necesita confrontarse. La verdad no constituye un monopolio de un grupo, en especial del que está en el poder; nos pertenece a todos y para ello es necesaria una tribuna amplia de expresión aceptando al que consideramos diferente que tiene su propia verdad, a la que también es necesario escuchar.

La tolerancia también tiene un matiz de fórmula para resolver conflictos, a través de dos herramientas fundamentales: el saber escuchar y aceptar a la diversidad. Bien dice el profesor mexicano  Isidro H. Cisneros que “la tolerancia como método de convivencia extiende su campo de acción a los problemas que plantea la coexistencia de diferentes grupos étnicos, lingüísticos o religiosos y, más en general, a los grupos vulnerables ya sea por razones físicas o de identidad cultural, de género o de religión, entre otros, que reclaman activamente su derecho a ser considerados sujetos en igualdad de condiciones independientemente de sus diferencias físicas, culturales o políticas”.

La tolerancia, a criterio de otro autor mexicano, José Luis Tejeda González, a base del pensamiento de Philippe Sassier, consiste en “‘soportar’ lo que no es como nosotros. En donde no existe la tolerancia, sobrevienen la guerra y el conflicto permanente. Aquello que es diferente, extraño o exótico puede alterar y molestar mi ser y mi identidad. La respuesta instintiva y primitiva nos lleva a la violencia contra los otros. Si no queremos entrar en guerra y en enfrentamiento con lo que no forma parte de nuestro ser, tenemos que soportarlo y aguantarlo como lo que es, un ejercicio de asimilar las ideas ajenas”.

Pues el octubre del 2019, en nuestro Ecuador, nos dejó una clara muestra de lo que una sociedad puede sufrir por la intolerancia: usar la violencia como una fórmula para imponer un pensamiento o una posición. Dicha violencia no está aceptada como mecanismo democrático; al contrario, destruye este ideal que tenemos como sociedad. La democracia, idealmente es el medio para la protección y ejercicio de los derechos humanos, cuyos valores reposan en la Declaración Universal de dichos derechos más desarrollados aun en el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos.

El 2020 es un año en el que la tolerancia es indispensable, un año de crisis económica, un año de desafíos sociales, un año de campañas electorales donde la aceptación de las posiciones ajenas en el marco democrático debe prevalecer frente a la violencia física y digital propia de la política actual. Deseo un Ecuador con propuestas, con debates, con diálogo, aspiro a que la tolerancia triunfe, que la violencia pierda. Los invito a unirse a este pensamiento; no hay forma de perder, solo de ganar. (O)