Hace un par de días tuve el placer de ser invitado a un excelente taller ofrecido por la Universidad San Francisco de Quito sobre la llamada “Industria 4.0”, la forma en que nuevas innovaciones de carácter tecnológico están revolucionando mercados, cambiando paradigmas y trayendo innovaciones a niveles nunca antes imaginados. El auditorio fue invadido por una mezcla de emociones. Por un lado, los avances técnicos alcanzados en la última década nos invitan a soñar en un futuro optimista, donde las más descabelladas fantasías de ciencia ficción podrían convertirse en realidades mundanas y cotidianas. Pero por otro, la realidad del Ecuador parece tan alejada de ese mundo que muchos no podían evitar expresar su pesimismo. ¿Es realmente posible que Ecuador algún día partícipe en la revolución tecnológica?

Si bien muchos ecuatorianos están convencidos de que el Ecuador está condenado a ser por siempre un país retrógrado, hoy en día, más que nunca, el sueño de un desarrollo económico rápido es posible. Lejos de ser una fantasía o una quimera, los últimos cien años nos proveen múltiples ejemplos de naciones que han podido escapar rápidamente del ciclo de pobreza y subdesarrollo, trayendo consigo mejores estándares de vida para millones de personas. Corea del Sur, hoy en día la undécima potencia económica del planeta, era un país agrario y retrógrado hace poco menos de sesenta años. Singapur, país cuyo PIB per cápita hoy en día es de USD 60 000, en los años sesenta apenas superaba de los USD 300. La naturaleza de la innovación tecnológica hace que a cada generación le sea más fácil escapar de la trampa del subdesarrollo que a aquellas que le precedieron. En efecto, mientras que los gigantes asiáticos fueron catapultados gracias a su industria manufacturera, la cual requiere de importantes y prolongadas inversiones en capital físico, la industria tecnológica de hoy en día solo requiere de un entorno propicio para la innovación y la creatividad. El desarrollo del futuro no se halla en maquinaria pesada o en industrias de manufacturas, sino en convertirnos en laboratorios de ideas.

Sin embargo, para que una revolución tecnológica ocurra en Ecuador es necesario que primero ocurra otra: una revolución en nuestras instituciones. Grandes economistas como Douglass North, Elinor Ostrom y Oliver Williamson, todos ganadores del Premio Nobel, han enfatizado el rol trascendental que las instituciones tienen para el desarrollo y bienestar de una sociedad. Una sociedad plagada de corrupción, inseguridad y leyes retrógradas estará atorada en el pasado. Un país con mercados laborales osificados y legislación corporativa de otro siglo permanecerá en otro siglo. Ecuador necesita desesperadamente de reformas laborales, regulatorias, tributarias y jurídicas que atraigan capitales y cerebros extranjeros. La reforma institucional y la lucha contra la corrupción no pueden quedar como meras palabrerías de políticos, sino que deben volverse la prioridad no solo de nuestro gobierno, sino también de nuestra ciudadanía. El mayor obstáculo para el desarrollo del Ecuador somos nosotros mismos.

El año 2020 es el inicio de una nueva década. ¿Será también el inicio de una mejor década para el Ecuador? (O)