La libertad es el legado que nos dejaron como herencia los próceres del 9 de Octubre y a cuya gesta rendimos homenaje en su bicentenario. Nos ha permitido estos doscientos años la capacidad de actuar y de pensar libremente, convirtiendo en realidad los ideales democráticos de la Revolución francesa. Junto a esta invalorable herencia también nos dejaron la responsabilidad de mantener su existencia –y de preservarla con nuestra vida de ser necesario– igual que ellos lo hicieron.

Por dos siglos hemos aprendido que cuando la libertad no ha sido valorada adecuadamente por quienes estaban llamados a preservarla, surgieron unos pocos que, aprovechando la lenidad de los muchos, se atribuyeron la capacidad de actuar a nombre de ellos, unas veces por la fuerza de las armas o, en otros casos, eligiendo voluntariamente a ambiciosos, que con falsas promesas de bienestar los sometieron imperceptiblemente a un tutelaje indeseado, corrupto y dictatorial, haciéndolos objeto de mayores opresiones que durante el coloniaje, para cuya liberación se ha derramado más sangre que la vertida el 9 de Octubre de 1820.

Felizmente cuando se han hecho con el poder estos dictadores, Guayaquil y el Ecuador han tenido líderes como Olmedo, Roca y Noboa, que defendieron eficazmente el legado en 1845 liderando la Revolución marcista; Eloy Alfaro en 1895, líder de la Revolución Liberal, imponiendo la vigencia del legado y refundando nuestra nacionalidad. Finalmente, en 1944 La Gloriosa, revolución socialista promovida por líderes guayaquileños y avecindados promoviendo derechos laborales y sociales preteridos.

El último de los dictadores, “de cuyo nombre no quiero acordarme”, proclamando la revolución ciudadana del socialismo del siglo XXI y valiéndose de falsas promesas de bienestar para los más desposeídos, logró hacerse con el poder durante diez años, gracias a una encubierta legislación garantista de derechos, dedicándose a la corrupción y pillaje jamás vistos y festinando la mayor oportunidad de desarrollo y bienestar para el país.

Cabe señalar que la defensa de la libertad siempre estuvo a cargo de la prensa y de valientes ecuatorianos que arriesgando su libertad y sus bienes combatieron y desenmascararon públicamente la corrupción, el manejo de la justicia y el saqueo del erario público por los dictadores y sus cómplices, siendo objeto de persecución y despojo de sus bienes.

En este bicentenario debemos prometer, respondiendo a la responsabilidad heredada y como tributo a nuestros mayores, impedir que grupos étnicos minoritarios, a pretexto de reivindicaciones sociales, dirigidos por aprendices del dictador, amenacen con repetir recientes vandalismos destruyendo nuestras ciudades y nuestras instituciones democráticas, continuando sus líderes en la impunidad, burlándose cínicamente de la acción de la justicia sin responder por ello. No permitir jamás su repetición a cualquier costo.

Que nuestro esfuerzo y dedicación estén siempre orientados a la defensa de nuestra herencia, a la plena vigencia de la democracia bajo el imperio de un régimen que satisfaga los anhelos populares y la justicia social y apoyar la acción de la justicia para lograr sancionar legalmente al dictador y a sus secuaces.

Solo luego de todo esto podremos despertarnos y continuar gozando cada día, con la luz brillante de la aurora plácida. (O)