¿Con qué lente miramos el año que termina? La visión 20/20 o perfecta es difícil de encontrar pasados los 25 años, pero todos tratamos de ponernos anteojos que nos lleven a ella. No debería haber gafas obscuras que obvien que todos perdimos en octubre, por más personales que sean nuestras vivencias del 2019. Ojalá que muchos lo reflexionemos con la conciencia del tiempo electoral que ya arrancó hace poco.

La política, tan determinante en la vida de la mayoría de ecuatorianos, se enriquece o destruye en la medida que demócratas o demagogos buscan poder. A fin de año tememos a la facilidad para crear noticias falsas hasta torcer la percepción que tenemos de la realidad en todos los ámbitos. Debería ser evidente la simpleza con que manipuladores de todo lado argumentan para demostrar como su opuesto es el que malinforma, mientras él es la persona ultraobjetiva que dice “la verdad”, obviamente SU única e incontestable conveniente verdad.

Octubre mostró la bronca represada, la facilidad con la que la injusticia encuentra su molde en la violencia, nutriéndose de la inequidad y resentimiento. Quisiéramos líderes visionarios que propongan caminos a esas tristes realidades, que ilusionen a las masas para elegir personas honestas, trabajadoras en conseguir bienestar para todos con estándares dignos de educación, salud, respeto y trabajo.

Desempañemos constantemente nuestros lentes para encontrar formas creativas que desenmascaren a quienes usan el miedo de los prejuicios para ganar. Esos mediocres jamás han imaginado soluciones y propuestas para nuestro país diverso, saltan de partido a movimiento cual sapos vendibles al mejor postor. Sus gritos destemplados deben seguir indignándonos para buscar horizontes que, aunque sean utópicos, se vean más sólidos que las arenas movedizas de su corrupción y demagogia. Ser ciudadanos responsables no solo en detectar las mentiras sino como votantes comentar los engaños, para que desde cada espacio develemos a esos farsantes que si desde las candidaturas muestran ser capaces de cualquier infamia para ganar, poca probabilidad queda de que hagan algo bueno si son elegidos.

Lo mejor es que la década termina con deportistas mostrando campeonatos mundiales cual ráfagas de esperanza hacia los tres juegos olímpicos siguientes. Las alegrías que nos dieron Richard Carapaz, Neisi Dajomes y Álex Quiñónez nos llevan a ilusionarnos de nuestro país. Ellos son jóvenes que salieron de sus provincias para seguir mostrando cuán poderosos son los trabajadores del cuerpo con su esfuerzo individual, son de los mejores profesionales nacionales. Empujan a diario sus entrenamientos tratando de olvidar las injusticias y mezquindades que han padecido durante sus vidas con la meta de ser cada día mejores. ¿Cómo no vamos a soñar con diplomas y medallas olímpicas este 2020? Pero para que se den, lo que más ansiamos son dirigentes inteligentes, laboriosos que tengan clarísimo que su trabajo es para esos deportistas de élite, que dejen sus celos y pregunten a quienes saben más: a esos deportistas y sus entrenadores, en lugar de conflictuar y estorbar esos entrenamientos en los pocos meses que nos separan de Tokio.

El 2020 podría ser un año de visión perfecta si desde la política de tarimas hasta los entrenamientos de calidad, los dirigentes muestran generosidad y humildad, escuchan, callan y hacen lo correcto. Pero sobre todo si los reconocemos, aunque sean muy pocos. (O)