Doce meses atrás presagiaba en esta columna que el 2019 no sería buen año. La crisis avistaba tempestad y yo proponía quemarlo de entrada. No me equivoqué. Algunos gobiernos se debatieron entre insolvencia, corrupción, ineptitud. Implementaron medidas asfixiantes. Las ofertas electorales mutaron a recortes sociales y políticas económicas cuestionadas, frenando el despegue productivo y un bienestar ciudadano ya aquejado, entre otras cosas, por desempleo, carencias sanitarias, paupérrima seguridad social, pésimas jubilaciones. Se invierte en equipamiento militar en plena crisis económica, ¿acaso los estallidos populares en la región repicaron tambores de “guerra” contra ese peligroso “enemigo” armado de hambre y rabia, indignado en ciertos escenarios; confundido, instrumentalizado, en otros? La gente desahogó su nihilismo en la calle, el caos “redentor”, en urnas acusadas de fraude y desmemoria.

La justicia social es un derecho ciudadano y principal objetivo de Estados serios que promueven el manejo honesto e inteligente de los recursos, medidas económicas equilibradas y efectivas, leyes imparciales generadoras de desarrollo y bien común; esto evita que los pueblos impedidos de justicia se la tomen por su cuenta tarde o temprano, como decía Voltaire. Un año atrás había confusión política, anarquía, corrupción institucional, incertidumbre económica para estimular producción, empleo, bienestar. La sensación es que esto se mantiene. Rebrotó la violencia. Se “declaró la guerra” al pueblo “malagradecido” con sus líderes, con las fuerzas del orden “protegiéndolo” de sus iras incontenibles, de esas ganas de romperlo todo. El clamor popular no se aplaca con garrote ni balas. No hay necesidad de armas y bombas, de destruir para traer la paz, decía la madre Teresa: lección para todos.

En lo nacional, el 2019 cierra con más adolescentes en las drogas; siguen los femicidios; la brújula económica, incierta. En lo internacional, Latinoamérica convulsa; Donald Trump acorralado; Vladimir Putin fortalecido; los franceses radicalizando sus protestas; más migrantes africanos ahogados al intentar cruzar el Mediterráneo; la trata esclavista reactivada; el conflicto sirio en escalada; Líbano en llamas; Irak ensangrentado; Corea del Norte amenaza; el medioambiente más enfermo. Hubo pugnas políticas, demandas reivindicativas étnicas, de género, sociales. Se irradiaron intolerancia, violencia cruzada, xenofobia, depresiones masivas.

“El próximo va a ser un buen año” –afirma una optimista amiga–. Ojalá así sea y el 2020 primen la paz, la justicia social, la reflexión. “Ningún cambio social sucede mientras no cambie primero la conciencia de los individuos”, asegura Mihaly Csikszentmihalyi, y este año dejó huellas en ese sentido. Necesitamos desechar el individualismo y consumismo irracional por un lado, la carencia de valores, por otro. Y los gobernantes deben escuchar al pueblo que lucha por mejores días y encontrar las vías expeditas para combatir la desigualdad. (O)