Desde la terraza de la casa de la avenida 6 de Diciembre la abuela y yo contábamos los carros que pasaban, no eran tantos, la ciudad no estaba colapsada, pero la diferencia con mi provinciana Latacunga era abismal. No sé si la abuela ya adivinaba mi estupidez matemática o simplemente quería mantenerme un buen rato alejada de la travesura, pero primero me hacía contar todos, luego por colores o tamaños y finalmente llevar cuentas separadas de cuántos colectivos, cuántos “carros de plaza” y cuántos particulares, el juego se iba dificultando cada vez más y cada equivocación traía una carcajada y un borra y va de nuevo.

Quito era una ciudad amable, la av. 6 de Diciembre tenía un solo carril y llegaba el pavimento hasta el Estadio Olímpico Atahualpa, desde ahí continuaba un hermoso empedrado en cuyos bordes había árboles y matas. La ciudad poco a poco se iba llenando de chagras y esto se hacía más visible durante sus fiestas de fundación. Me imagino que papá y mamá no querían dejarme sola, pero yo tenía apenas 9 años y sabía que cada “colonia” provincial farreaba en un punto distinto de la ciudad. En la Orellana y av. 6 de Diciembre lo hacían los ibarreños; en el parque Julio Andrade, los latacungueños; y así, al grito de ¡Viva Quito! la juerga se extendía a lo largo y ancho de la capital.

Luego llegó el petróleo y con él la corrupción, la ambición, el cemento y las puertas Lanfor. ¿La modernización, el progreso? No lo sé, simplemente me pregunto qué hacían los alcaldes (a excepción de Paco Moncayo y Roque Sevilla) mientras en los montes aledaños a la ciudad se formaban cordones de pobreza; qué pensaban mientras la ciudad se llenaba de un espagueti de cables y de barrios construidos a la maldita sea; dónde dormían los alcaldes mientras la mala educación a todo nivel les ganaba la partida; qué opio ha aletargado a los alcaldes para permitir que la capital de los ecuatorianos llegue a colapsar, como colapsó en las últimas fiestas.

Este año las fiestas duraron más que nunca y caotizaron la ciudad más que siempre. Luego del primer baile/ farra/ desmadre/ orgía/ borrachera salí a mi habitual caminata de las mañanas. La vista a mi paso era indignante, todas las calles cercanas al parque La Carolina estaban inundadas de platos plásticos con restos de comida, vasos, botellas rotas o enteras, caca y vómito. Parecía una ciudad violada. Violada en manada.

Esta es una ciudad rota, fragmentada y sin un norte. Nadie sabe a dónde va y le importa un pito su casa, su vereda, su barrio o su vecino. Día a día se desmorona su identidad, se ahondan las diferencias y se abre paso al quemeimportismo. Pero así vivimos, pisoteándonos unos a otros, aportando al caos con plata y persona.

Me pregunto ¿dónde andará don Yunda? Tal vez está con un montón de perros, en alguna terraza de alguna avenida, intentando mantenerlos un buen rato alejados de la travesura, haciéndoles contar los carros que pasan, primero cuentan todos, luego por colores o tamaños... (O)