El problema de las llamadas fake news o “noticias falsas” no debe de ser subestimado. La cantidad de información deliberadamente falsa que a diario circula en redes es preocupante. Ya no estamos simplemente ante una molestia causada por unos cuantos usuarios descriteriados e irresponsables, sino ante un auténtico problema sistémico que fácilmente puede ser explotado por quienes deseen atacar a una nación, desestabilizar un gobierno o manipular elecciones. No debemos engañarnos: las noticias falsas han dejado de ser una mera irritación para convertirse en una potencial arma geopolítica.

La experiencia ecuatoriana no es ajena a este fenómeno. Durante las protestas de octubre se identificaron no menos de 3600 noticias falsas circulando principalmente por redes de WhatsApp, las cuales se pudieron rastrear a países extranjeros incluyendo Venezuela y Rusia. La malicia detrás de estas “noticias” no debe subestimarse, ni tampoco su capacidad para sembrar el caos. El ataque por parte de manifestantes al cuartel militar La Balvina a las afueras de Quito durante la noche del 9 de octubre fue causado, al menos en parte, por una noticia falsa que afirmaba que el presidente Moreno se hallaba en dichas instalaciones. La siniestra intención detrás de esa mentira es evidente: el tratar de deliberadamente causar un enfrentamiento, incluso letal, entre la población civil y las fuerzas armadas, con el propósito de causar aún más violencia e inestabilidad a costa de vidas ecuatorianas.

Varios son los factores que hacen de las noticias falsas un arma tan efectiva. Algunos factores son económicos. En efecto, como cualquier persona que tenga experiencia manejando redes lo podrá confirmar, circular un anuncio a través de esos medios es sorprendentemente barato. Con solo gastar unos pocos dólares, un anuncio puede distribuirse a miles o incluso millones de usuarios a través del planeta. No solo eso, sino que las herramientas publicitarias ofrecidas por las plataformas permiten segmentar su audiencia de forma precisa, usando criterios como edad, localidad y gustos para asegurar un máximo impacto.

Pero los factores más relevantes son psicológicos. Varios experimentos han demostrado que la mente humana está mucho más predispuesta a pasivamente aceptar un mensaje como “verdadero” si es que este se conforma con ideas preconcebidas, fenómeno conocido como “sesgo de confirmación”. Igualmente, los psicólogos han advertido que es muchísimo más fácil convencer a alguien de algo absurdo que luego hacerle ver que esa creencia es falsa. En otras palabras, el cerebro humano le da mucha más credibilidad a la información que le llega primero, incluso si luego se le presenta evidencia que demuestra que esa información era errada, fenómeno conocido como la “perseverancia de creencias”. Estos dos fenómenos mentales, explotados por charlatanes, líderes religiosos, y extremistas políticos durante siglos, favorecen la diseminación y perseverancia de información demostrablemente falsa.

Si bien esta peligrosa tendencia puede y debe ser combatida con legislación efectiva que regule los contenidos diseminados por redes, la solución de fondo solo puede provenir de los usuarios. Es necesario instaurar una cultura de pensamiento crítico donde toda información, independiente de su fuente, sea debidamente contrastada, especialmente si esa información coincide con aquello que ya creemos es cierto. (O)