Sorpresa. Fue la primera reacción que me provocó la lectura de esta palabra, dura y descalificadora, que formaba parte de un texto de prensa que daba cuenta de la intervención de un funcionario en un taller que se llevó a cabo en la ciudad de Cuenca y trató el tema de la prevención de accidentes de tránsito. En esa actividad se calificó como aberraciones a ciertos comportamientos tipificados normativamente como contravenciones de tránsito.

Sorpresa. Porque las diversas acepciones de ese sustantivo tienen como común denominador a conductas depravadas e ilícitas, alejadas de lo que se considera como correcto. La espontánea e inicial reacción personal al leer esa palabra en ese contexto estuvo marcada por la reflexión interna de que en ese caso su utilización no era la adecuada porque su empleo apropiado corresponde a situaciones sociales extremas –violaciones y asesinatos seriales– como los que ocurrieron en las décadas de los setenta y ochenta del siglo anterior en Colombia y Ecuador, perpetrados por Camargo, la Bestia de los Andes o por los crímenes horrendos cometidos por el mundialmente conocido asesino londinense Jack el Destripador. Los casos de degradación moral han servido como temáticas principales de obras notables de la literatura y del cine, como las del Marqués de Sade o las de Thomas Harris, especialmente su novela El silencio de los inocentes, llevada exitosamente al cine, o las de Truman Capote, principalmente su libro A sangre fría, que relata la irreflexiva y violenta maldad de sus personajes. Todas esas acciones y conductas son aberraciones porque van más allá de la maldad y se adentran en la profundidad oscura de la perversión.

En este punto, comparar contravenciones de tránsito con conductas corrompidas resulta francamente inapropiado y desmesurado. Sin embargo, cuando conocemos e interiorizamos los resultados de esas infracciones, nos duele la necedad, ignorancia e individualismo de sus responsables y entendemos el porqué de la utilización de la palabra aberración para nombrar a esos actos. Ecuador está entre los países con el mayor número de víctimas por accidentes en las vías. Miles de personas al año mueren a causa de contravenciones como acelerar el vehículo cuando el semáforo está en amarillo, utilizar el celular mientras se maneja, conducir ebrio o a exceso de velocidad, no utilizar los pasos peatonales y por el alevoso irrespeto ciudadano a las señales de tránsito.

El dolor de las familias, el futuro y las ilusiones rotas, el drama emocional y económico de los deudos, la tragedia que llega arrasadora a los grupos familiares y sociales de los fallecidos como resultado de esas contravenciones explican la dramática utilización del término aberraciones, pues sus mortales y devastadores efectos abruman y conmueven; claro, si dejamos que nos invada la sensibilidad que permite la indignación, la vergüenza y la protesta, para que desde ese nivel de conciencia y dolor actuemos, empezando por nosotros mismos, para superar esta situación que nos define como individuos y como sociedad. Este paso es necesario para que el respeto a las normas sociales y en especial a las legales sea una actitud ciudadana inexcusable. Así se fortalece el imperio de la ley, fundamental concepto jurídico concebido para la adecuada convivencia social. (O)