Leyendo sobre José Saramago, escritor portugués y premio nobel de literatura de 1998, encontré un artículo, publicado por el periódico español El País en mayo de 1998, que narraba la alocución de Saramago durante la 18.ª Feria Internacional del libro desarrollada en Granada.

Saramago atacaba los sistemas de educación en todos sus niveles, alertando sobre la ineficacia de las escuelas para fomentar el hábito de la lectura y el peligro que ello representa para el futuro por propiciar “el analfabeto funcional: gente incapaz de usar lo que aprendió y que no ejerce la función del alfabetizado”. Saramago enfatizó que dicho analfabetismo “puede tener consecuencias tremendas, incluso para la democracia”; resaltaba que si la gente no entiende bien lo que lee no podrá entender lo que propone ni lo que le proponen.

Entre una de sus afirmaciones más relevantes estuvo la de que “hace falta… una campaña de fomento de la lectura y un debate serio sobre cómo la escuela está preparando o no a los ciudadanos para la lectura y la comprensión”. Esta es tal vez la afirmación que mejor sintetiza el pensamiento de Saramago respecto al analfabetismo funcional.

Según el Centro Regional para el Fomento del Libro en América Latina y el Caribe (Cerlac), los ecuatorianos leemos medio libro por año con lo que el índice de lectura por persona en Ecuador sería el más bajo en América Latina. Situación alarmante en países como el nuestro, con democracias frágiles amenazadas siempre por la demagogia, el populismo y el caudillismo.

De acuerdo a los índices de la Unesco, muchos de los países de América Latina están cercanos a ser declarados libres del analfabetismo absoluto, que es la incapacidad de leer y escribir, sin embargo, ello no significa estar libres del analfabetismo funcional, referido como la incapacidad para utilizar los conocimientos de lectura, escritura y cálculo de forma eficiente en las situaciones habituales de la vida. El analfabetismo funcional favorece la dispersión, el individualismo y la competencia, limitando una construcción colectiva en la familia, en el barrio, en el trabajo, etcétera; impide a los individuos participar como sujetos sociales capaces de responder a las exigencias de la organización popular. Es clave resaltar que el analfabetismo funcional no está necesariamente ligado a una clase social, sexo o edad.

La Unesco ha mantenido por largo tiempo el debate respecto a la lucha contra el analfabetismo absoluto y contra el analfabetismo funcional, evaluando la alfabetización, pero también la educación básica tanto para adultos como para jóvenes y niños. En nuestro país urge promover ambas alfabetizaciones para potenciar en cada individuo su capacidad de análisis y de toma de decisiones, reduciendo su vulnerabilidad a la manipulación y al adoctrinamiento.

Individuos alfabetizados funcionalmente serán capaces de desenvolverse en los diferentes ámbitos de sus vidas, pensar por sí mismos, argumentar, asimilar y apropiarse de los conocimientos científicos, tecnológicos, políticos y sociales. Dichos individuos serán capaces de construir democracias maduras y estables sin los vaivenes ocasionados por discursos oportunistas.

No enseñemos solo a leer, enseñemos a amar la lectura para desarrollar la comprensión y análisis críticos de toda información recibida en este abrumador tiempo de las redes sociales. (O)