Los objetivos universales propuestos por la ONU para el 2030 obligan a vencer la pobreza y el hambre, de allí la búsqueda de mecanismos hacia el aumento de la producción, especialmente en el cultivo de arroz, del que depende la alimentación de la mitad de la población mundial. Es urgente la obtención de variedades de alta productividad utilizando métodos convencionales de mejoramiento, hibridación o siguiendo las vías transgénicas y edición genómica; los esfuerzos van también dirigidos a la identificación y aplicación de manejo de sembríos que ingeniosamente tomen en cuenta la potencialidad intrínseca de la demandada gramínea.

En eso radica el denominado Sistema Intensificado de Cultivo de Arroz, SICA, de inicial empleo en Madagascar, promovido por el economista agrícola de la Universidad de Cornell, Norman Uphoff, validado por el innovador profesional ecuatoriano Jorge Gil Chang. Se fundamenta en un cuidadoso trasplante manual temprano, no más de doce días; amplio espaciamiento de 30 x 30 o 40 x 40 centímetros en cuadro, con una sola plántula por sitio, condiciones que permiten al conjunto radicular expandirse libremente, con penetración al suelo sin torceduras, ausencia de competencia entre mismas plantas, por agua, luz y nutrientes, favoreciendo el desarrollo pleno de su capacidad de emisión de brotes o macollos fértiles, con más granos por espiga.

Se complementa el llamativo método con bajo consumo de agua, porque no se requiere inundación sino máximo un ligero encharcamiento, con adecuada aireación u oxigenación, con aplicación de fertilizantes orgánicos o no y frecuente deshierbe manual. Los resultados se manifestarán en cosechas que duplican y hasta triplican sus bajos volúmenes históricos, mejorando los ingresos de los campesinos, en su mayoría pequeños cultivadores que superviven gracias a los exiguos réditos que les depara tan singular actividad, responsable del abastecimiento de las cuatro quintas partes del consumo global.

La modalidad, practicada ya en treinta y cuatro países de ciento trece que siembran arroz, sumándose hace poco la República Popular China, Filipinas y Perú, es aún perfectible de acuerdo a las particularidades de cada suelo y región, aplicable a las variedades nativas o a las mejoradas, inclusive las híbridas de promisorio y creciente empleo. En Ecuador se han realizado ensayos en la emblemática zona de Daule, con iniciales resultados de 8,8 toneladas por hectárea, es decir, 96 sacas de 200 libras, con grandes perspectivas de afinamiento de la metodología que llevaría a niveles aún superiores, con reducidos costos por los ahorros en agua, semillas y agroquímicos.

Como consecuencia de las validaciones que ha realizado Jorge Gil en varias zonas arroceras del Ecuador, fue invitado a dictar conferencias en Costa Rica y Colombia compartiendo podio con especialistas de elevados quilates, eventos auspiciados por organizaciones como la Universidad Earth, el IICA y la Federación de Arroceros, contrastando con la pobre acogida que ha tenido en los medios oficiales ecuatorianos, que no han mostrado interés en su adopción, peor en su afinamiento, cuando es una respuesta concreta del cultivo a la adaptación al cambio climático, real amenaza a la provisión mundial de alimentos.(O)