La clarinada del 9 de Octubre dejó esparcida en nuestro suelo la semilla de la libertad, abonada con sangre y fertilizada con el pundonor y patriotismo de nuestros héroes. Desde esos días mucha agua ha corrido bajo el puente, con esa agua se han borrado las huellas de un pasado heroico y nuevas cadenas nos atan con mayor fuerza y temeridad que aquellas que se lograron romper en jornadas gloriosas.

El desinterés por la verdad, la mediocridad de la enseñanza, la carencia de formación en valores, la rapacidad voraz, la apatía cívica y la abulia frente a las responsabilidades ciudadanas son algunos de los males que cual cadenas nos mantienen aherrojados. Es menester emprender una acción planificada y coordinada para formar a las presentes y futuras generaciones porque solamente con una similar acción, en un par de lustros, se puede avizorar un cambio radical de comportamientos y aspiraciones.

Mentar la palabra educación, en nuestro país, es un riesgo porque hemos demostrado, de manera especial en este naciente milenio, que adolecemos de taras formativas y de escuelas aptas para forjar nuevos ciudadanos. Les pido me acompañen para acercarnos a este tema, a sabiendas de que la educación es una papa que quema en manos del Estado y también de los responsables de la formación hogareña.

-La instrucción es importante, cada vez más imprescindible, pero la formación de la persona humana es de mayor trascendencia aún. Si ustedes coinciden conmigo pues aquí comienza el vía crucis nacional. Cada hogar entrega a sus hijos una especie de ‘ADN’ con los valores humanos, familiares y cívicos de un determinado país, pero si la célula familiar está desintegrada, rota o carente de valores, se puede presumir que los hijos reciban esa paupérrima identidad hogareña y que estén carentes de aquello que ‘los ancianos del pueblo’ anhelaban: que los niños y jóvenes de nuestra patria estén revestidos de un ropaje moral consistente que les identifique como ecuatorianos.

Que la educación particular busque cada día con mayor ahínco la calidad no debe extrañar por dos razones: primero, porque sus fundadores trazaron para estos establecimientos educativos una hoja de ruta exigente en formación y capacitación; además, porque el continuo mejoramiento de su calidad es un factor de competencia y preferencia para los padres de familia que observan con detenimiento la realidad de un centro de estudios antes de entregar a sus hijos. El mejoramiento permanente de sus aulas se convierte entonces en garantía de supervivencia. Vocación, servicio y empresa: una rica y honesta trilogía.

¿Qué pasa con la educación del Estado, pagada con los tributos de los ecuatorianos? Generalizar es siempre un riesgo. Existen escuelas y colegios públicos que aún conservan las tradiciones de honor, trabajo, disciplina y ciencia, pero la mayoría de ellos están al vaivén de la importancia que den a la formación los gobiernos de turno; en ocasiones la educación es la última rueda del coche, la paria de las prioridades. Un gobierno que crea en la bondad de una buena educación debe priorizarla y convertirla en factor imprescindible de transformación nacional.

“Lo que se les dé a los niños, los niños darán a la sociedad”, Karl Menninger. (O)