Lo que ocurre en estos instantes en la Amazonía y en África es la gota que derramó el vaso, y debería ser el hito que delimite un antes y un después en la conciencia que los humanos tenemos sobre el impacto de nuestro modo de vida en el ecosistema global.

Lo primero que debemos entender es que ya no hay cabida para los pensamientos expansionistas y depredadores que sirvieron como modelos de desarrollo en los siglos anteriores. Estas visiones caducas deben evolucionar al contexto actual, donde 7,3 billones de humanos consumimos en 7 meses lo que la tierra produce en un año.

La aproximación religiosa de Occidente a la naturaleza también debe revisarse de manera crítica. En el caso específico del Brasil, debe hacerse a un lado la creencia obsoleta que promueve la expansión de colectivos religiosos en la selva, en contrapunto con los habitantes nativos de la selva amazónica. Beneficiar a la destrucción de la naturaleza no puede ser visto como un acto de simpatía con dios alguno.

Urge entonces pensar en un ecologismo de acción, donde no solamente se rescaten aquellos sectores que aún no se han quemado; se debe también recuperar lo devorado por el fuego. Si los humanos fuimos quienes causamos este desastre, debemos entonces ser nosotros quienes ayudemos a repararlo. ¿Cuál podría ser la organización humana que pueda cumplir con tan ambiciosa misión? La respuesta es tan sencilla como inesperada: las Fuerzas Armadas.

Son las organizaciones militares las únicas que cuentan con la capacidad logística para poder tener un impacto positivo ante la envergadura de los desastres ambientales que nos ha tocado contemplar. Un gran ejemplo de ello lo realizado por el Ejército de Indonesia, que el año pasado se dedicó a descontaminar los ríos más importantes de dicho país. Actualmente, han descontaminado dos de lo cuatro ríos previstos inicialmente. ¿Se imaginan si las Fuerzas Armadas ayudaran a reforestar nuestro Oriente o a la descontaminación de los ríos que la minería ha envenenado en el Austro ecuatoriano? Existen muchos escenarios donde su ayuda sería acertada.

Paralelamente, desde hace unos años se han dado propuestas interesantes en el mundo del diseño. Muchas de ellas optan por usar la tecnología bélica contemporánea para realizar reforestaciones a gran escala. La idea es “bombardear” las zonas destruidas por los incendios forestales con bombas que dispersen semillas, en lugar de esquirlas.

Sin embargo, hasta que este tipo de cambios se consoliden hay un comenzar a cambiar nuestra actitud, erradicando nuestra pasividad y conformismo. Las selvas no se salvarán ni con rezos, ni con oraciones. Tampoco sirven los comentarios altruistas en las redes sociales. Debemos comenzar a plantar árboles; si no en casa, entonces cerca de nuestros hogares. Los municipios deberían recompensar con descuentos al impuesto predial a quienes cuenten con árboles en sus lotes, y no sancionar a quienes los planten en espacios verdes y recreacionales públicos.

Nuestros hijos deben aprender de nosotros a reconciliarse con la naturaleza y entender que el bienestar de esta significa nuestra supervivencia. Pero para ello, debemos aprender aquella lección primero nosotros mismos. (O)