Por: Gilda Macías Carmigniani

Tomo prestado el título del libro Sobre la educación en un mundo líquido, del filósofo polaco Zygmunt Bauman, para señalar la importancia de repensar lo que comprendemos como educación, en “tiempos líquidos”. En varios de sus escritos, Bauman ha presentado argumentos para concluir que ya no vivimos en una era sólida y estable, cuando la familia, el Estado, la Iglesia o el sistema educativo eran referentes para el comportamiento social. Los límites, la diferenciación entre lo correcto e incorrecto estaban claros y esto nos ayudaba a organizarnos y convivir en sociedad.

Hoy, la modernidad líquida –voluble, ya que los líquidos no conservan su forma por mucho tiempo– nos atrapa en relaciones frugales, compromisos frágiles y consumo sin límites. Todo es breve, caduco, descartable y sin apegos. Nada perdura, el espectro de lo superfluo nos acecha. En la base de las elecciones que hacemos frente a un sinfín de opciones, se asienta el miedo de no saber si lo que parece fiable hoy, podría no serlo mañana.

Bauman plantea que la modernidad líquida es “una sociedad de consumidores individualizada y sin regulaciones, formada en un escenario crecientemente globalizado”; una sociedad consumista e inquieta, atenta a las veloces novedades del mercado, donde seguir en movimiento importa más que el destino a llegar. Visto así, estaríamos forzados a incluirnos en una sociedad sin identidad clara, lo cual nos confunde y decepciona. Pero Bauman advierte, asimismo, que si bien hay muchos motivos para la preocupación, ninguno lo es para la desesperación.

Tomemos el símil que utiliza Alberto Melucci –citado por Bauman– con el cuento de los tres cerditos, en el sentido de que ya no contamos con un lugar seguro; una y otra vez se nos demanda construirlo y reconstruirlo. Se nos requiere vivir la vida como llega, en fragmentos, y a elegir entre un sinnúmero de opciones ad infinitum. Y ese –creo yo– es uno de los argumentos para cuestionar el sistema educativo actual.

La forma como aprendíamos antes no puede tener grandes resultados en un mundo tan cambiante porque lo que denominábamos “cultura” ya no supone un conjunto perdurable y sólido de conocimientos. La contribución que hiciera Gregory Bateson en Pasos para una ecología de la mente, en cuanto a distintos niveles de educación, es destacada por Bauman. Bateson planteaba una distinción entre tres niveles de educación: 1) el más primario, la transferencia de información, caracterizada por el aprendizaje memorístico, en el que no cabe la información transgresora; 2) un segundo nivel, que plantea marcos cognitivos, en que la información adquirida puede, a futuro, ser incorporada y utilizada para desenvolverse en la vida; y 3) un tercer nivel, en que se acompaña a los estudiantes a revisar y reflexionar sobre los marcos cognitivos dominantes, o a desecharlos por completo; es decir, a observar todo desde múltiples miradas, sin certezas.

Es este tercer nivel de aprendizaje el que genera más logros, ya sea que lo llamemos significativo, activo o constructivista. Pero acceder a este nivel de comprensión supone una abdicación, o para utilizar palabras de Bauman, una ‘revisión radical’ de nuestros marcos cognitivos y afectivos para resignificarlos. Se trata, en otras palabras, de concebir a los estudiantes como sujetos que aprenden, y de comprender que el conocimiento no es una transmisión de un saber sino una construcción que realiza cada ser humano, a partir de sus esquemas previos (información, prácticas, creencias, valores), para tomar conciencia de que la realidad no es necesariamente lo que creía que era. Algo así como el Eureka de Arquímides: un quiebre, una disonancia cognitiva que los ponga en alerta para cambiarlos.

Difícil tarea tienen los maestros, quienes se preguntan cuál sería el rol de la educación para formar a niños y jóvenes como personas decentes, con vínculos a largo plazo, comprometidas con el progreso de su país, que desarrollen un pensamiento crítico y creativo, que sean respetuosas de las creencias y opiniones de otros, que reclamen la convivencia democrática y que ejerzan un liderazgo transformador.

Entonces, si el propósito de la educación es preparar a los alumnos para que puedan manejarse en un contexto caótico e incierto, deberíamos orientarlos para que puedan lidiar, de la mejor manera, con la complejidad que esto implica. En este proceso, es imprescindible exponerlos a situaciones en que puedan dudar, abrir sus mentes y mirar el mundo desde una óptica diferente. El rol de los docentes es acompañarlos en este descubrimiento; sin embargo, una condición indispensable para que esto ocurra es que los docentes hayan transitado también por este camino de autobservación y nuevos hallazgos.

Frente al consumismo actual (compro, luego existo) coincido con Bauman, en que es necesaria una revolución cultural: “Por muy limitado que parezca el poder del sistema educativo actual –que se halla él mismo sujeto, cada vez más, al juego del consumismo– tiene aún suficiente poder de transformación para que se pueda contar entre los factores prometedores para esta revolución”. (O)