Nuestro invitado

Zygmunt Bauman conectó al consumismo con el exceso y la conducta obsesiva compulsiva que muestran las personas por comprar y desechar permanentemente bienes, en su mayoría inútiles, como mecanismo para evitar la humillación social. Por lo tanto, esta vida de consumo se relaciona con la ‘economía del engaño’, que se apoya en ‘la irracionalidad de los consumidores y no en sus decisiones bien informadas (…); ya que apuesta a despertar la emoción consumista, y no a cultivar la razón’.

Precisamente, en esa sociedad de consumidores, lo que desveló este brillante sociólogo polaco, fue que nadie logra adquirir la calidad de sujeto sin antes convertirse en producto. Estamos ante la cosificación del hombre y, por lo mismo, de nuevas y cada vez más sutiles pero efectivas formas de esclavitud.

Para enfrentar esta realidad, donde hay una necesidad irresistible por eliminar y reemplazar, por ejemplo, José Mujica, expresidente del Uruguay, un socialista sin fisuras, ata a la felicidad con la sobriedad, lo que implica caminar en contravía a un mundo esquizofrénico y llevar –más bien– en nuestras espaldas una ‘mochila ligera’, ya que para adquirir cosas debemos gastar tiempo (que es vida) y con ello condicionamos nuestra libertad.

Sin duda, esa forma de apreciar las cosas resulta fácil entender y más aún explicar cuando quien la promueve da muestras de coherencia indiscutible entre el discurso y la práctica.

Por el contrario, cuando los conceptos no están claros o debidamente interiorizados, se obtienen resultados inesperados. Eso parece le sucedió hace poco al presidente Lenín Moreno, quien por tratar de resaltar las bondades del emprendimiento citó el caso del ‘monito’ de cinco años, que a esa corta edad, en Guayaquil, entra al mercado informal. Ciertamente, el ejemplo utilizado no solo que resultó inapropiado, sino hasta hiriente para persuadir en aquello de perder seguridad y ganar libertad. Ese símil generó una fuerte crítica en la opinión pública al mezclar el emprendimiento con el trabajo infantil.

Es que el Estado, y por lo mismo el gobierno, es quien debe preocuparse, a través de la implementación de políticas públicas, de asegurar que nuestros niños estén sanos, en compañía de sus familias y dedicados a estudiar, jugar, en resumen: a ser felices. No se trata solo de derechos, sino también de ofrecer oportunidades. En la medida que los niños, independientemente de su condición económica o social, tengan acceso efectivo a salud y educación de calidad, a todos se los coloca, en lo futuro, en condiciones de igualdad para competir con base en sus conocimientos y habilidades.

Por lo tanto, no solo que produjo gran desazón el símil del presidente sino también aquellas voces que trataron de suavizar el error de su jefe. La propia ministra de Inclusión Económica y Social, Berenice Cordero, por increíble que parezca, en un tuit, decía: ‘...Él solo utilizó una imagen sencilla para decir que el espíritu emprendedor es precoz, sobre todo en los hermanos de la Costa’. No, señora ministra. Una cosa es hablar de emprendimiento desde la abundancia, el poder o detrás de la comodidad de un escritorio; y, una muy diferente, actuar desde la urgencia y desesperación (¿precocidad?) que alimenta la pobreza, que cuando muerde destruye sueños y esperanzas.

La libertad se alcanza cuando hay una verdadera equidad y justicia social. (O)