Los datos revelados por el caso Sobornos de ciertos profesionales durante el gobierno correísta indignan, realmente espeluznan. Si se encarga a alguien una función o si alguien obtiene por méritos dicha función, es para que contribuya con sus conocimientos profesionales, su criterio formado, a encontrar soluciones adecuadas, cooperar con criterios para que otros encuentren soluciones en asuntos más complejos que requieran de contribuciones multidisciplinarias. Jamás se ha pretendido desde un punto de vista gubernamental que funcionarios sean meros recibidores de órdenes, especialmente si de profesionales se trata. 

Qué vergüenza ajena nos da descubrir que un presidente de una corte constitucional, que un contralor, se degraden al punto de pedir instrucciones sobre fallos de sus competencias, que se coloquen en el punto de mendigos para implorar que los mantengan en un puesto o les busquen cualquier otra “chauchita”, con tal de poder pagar el préstamo para comprar una casa.  Universidades que conceden títulos a ciertas personas se los deberían retirar; los colegios profesionales a los que pertenecen o son afiliados deberían condenar esas actuaciones y prohibir sus actividades, aun sin ser afiliados; son desprestigio para la profesión, para sus títulos y para las universidades que los titularon, son afrenta para sus colegas... Jamás he visto profesionales con tan poca dignidad como ciertos que aparecen en los reportes de Pamela Martínez, y que no vengan ahora con el cuento de que es una “simple hoja de Excel”, que “cualquiera la puede hacer y presentar como prueba”; cuando las mismas hablan de actuaciones que se hicieron evidentes y de resultados que se pueden comprobar. Un profesional digno puede contribuir por afinidad ideológica dentro de sus competencias y enmarcar esa contribución en conceptos profesionales sólidos y válidos, pero jamás puede aceptar que una actuación profesional riña con los principios básicos de la profesión, para calmar ansias de poder o los egos aturdidos por el poder; jamás un profesional puede prestar su nombre para ejecutar la voluntad de otro que ni siquiera ostenta un título profesional similar, atropellando y acomodando de manera burda los conceptos propios para satisfacer a alguien más. Eso se llama no tener dignidad profesional.(O)

José M. Jalil Haas

ingeniero químico, Quito