Cuando vi las dos rayas marcando positivo en la prueba de embarazo, sentí emociones mezcladas que iban desde inmensa alegría por saber que había vida creciendo dentro de mí, un importante sentido de responsabilidad por su crianza, hasta temor de no estar a la altura en el rol que se aproximaba, sin embargo, me quedé dormida acariciando mi barriga y repitiéndole: “Nunca estarás solo, mamá siempre estará contigo”.

Los meses pasaron, yo quería ser parto natural, pero no se pudo. Mi cuerpo tuvo su primera cicatriz, una marca de vida. Apenas lo escuché llorar, mi corazón se agitó tanto por la emoción que tuvieron que aumentarme la anestesia para que me calmara. Unas lágrimas resbalaron hacia mis orejas hasta que me quedé dormida, mientras los doctores terminaban su trabajo. Cuando desperté, la enfermera me dijo: “Señora, usted es la mamá del niño más bonito del cunero” y le creí, yo pensaba lo mismo. Estaba feliz.

Dicen que el tiempo vuela cuando uno se divierte, y tal vez, la vida junto a mi hijo ha sido tan entretenida que me sienta como un golpe seco saber que llegó el momento de aplicar todo lo que predico y escribo. Este mes debo abrir mis manos y verlo volar. Tengo la tranquilidad de que junto con su padre hemos dado toda las herramientas para que tenga un vuelo seguro, sin embargo, nadie lo librará del mal tiempo y las turbulencias, pero ahora dependerá de su criterio y valores el tomar las decisiones acertadas que lo llevarán a su destino deseado.

Recuerdo cuando era pequeño y me preguntó: “Mami, ¿qué quieres que sea de grande?”, vi sus ojos miel expectantes ante mi respuesta y le dije lo que respondo siempre: “Solo quiero que seas feliz, la carrera me da igual, busca algo que te traiga satisfacción”. Nunca supe si eso lo desconcertó o alentó, pero pasó por algunas profesiones tentativas, quiso ser futbolista durante un tiempo, hasta que durante sus últimos años de bachillerato se decidió por algo que va acorde con su carácter, y desde ese momento, todo su esfuerzo se enfoca hacia ese norte.

Sin embargo, es difícil dejar ir, la idiosincrasia latina nos hace desear tener a los hijos lo más cerca posible, pero es necesario pensar en su bienestar a pesar de nuestra tristeza temporal. Además, el egoísmo natural es lo primero que se pierde al convertirnos en padres, aprendemos a dejar de pensar en nosotros para pensar en ellos y lo que será mejor para su futuro. Así que nos aferramos al consuelo de que en este mundo globalizado, las distancias se acortan gracias a la tecnología.

Finalmente, en estos momentos, solo retumba en mi cabeza el poema de Khalil Gibran sobre los hijos, y rescato estas líneas: “No vienen de ti, sino a través de ti y aunque estén contigo no te pertenecen. Tú eres el arco del cual tus hijos, como flechas vivas, son lanzados. Deja que la inclinación en tu mano de arquero sea hacia la felicidad”. Así que lo veré volar sabiendo que en sus alas lleva un pedazo de mi corazón. (O)