La muerte de Julio César Trujillo, repentina a pesar de su edad, define de manera trágica el final de la ofrecida transición hacia una institucionalidad democrática poscorreísta. Trujillo murió días antes de cerrarse el período de funcionamiento del Consejo de Participación transitorio, cuyo ambicioso propósito fue –nada más y nada menos– que devolverle toda su plenitud institucional a la democracia representativa en el Ecuador. La tarea se cumplió de modo más que parcial por un error de concepción en el diseño mismo del proceso de transición: se pensó que se podía reinstitucionalizar la democracia desde la misma entidad que la distorsionó. El Consejo, en efecto, quitó poderes y debilitó al legislativo; burocratizó la idea de participación y control ciudadano sobre la política; reforzó el inmenso poder del presidente; y dejó al sistema expuesto a una corrupción generalizada al haber suprimido de facto los controles sobre el Ejecutivo. Desde esa absurda invención, reinstitucionalizar la democracia resultaba imposible.

La tarea cumplida por el Consejo transitorio puede verse en otro terreno: rompió el control correísta sobre las instituciones del sistema político y lo equilibró en términos de las fuerzas que luchan hoy en el Ecuador. Luego de dos años del gobierno de Moreno, lo que ha perdido el correísmo ha sido su inmoral dominio sobre la Contraloría, ejercido a través de ese corrupto llamado Carlos Pólit; el control sobre la Fiscalía, y sobre la Corte Constitucional. Por fuera de esos espacios conquistados, el avance fue pobre.

Una segunda tarea cumplida por el Consejo transitorio vino desde la figura más personal de Trujillo: la denuncia sistemática de toda la inmoralidad del correísmo en el manejo de los asuntos públicos. Trujillo fue inclaudicable en esa lucha; se encargó de mostrar de cuerpo entero los abusos y corrupciones de todo el aparataje político de Alianza PAIS. Fue la denuncia y lucha contra la corrupción lo que dio a Trujillo un amplio reconocimiento en el último año. En ese terreno, crucial en la transición, Trujillo se convirtió en el principal aliado de Moreno, más allá de las diferencias abismales –intelectuales, morales, de trayectoria– entre los dos políticos.

Su muerte cierra el mal llamado proceso de reinstitucionalización y deja expuesto al Ecuador a un posible retorno conflictivo –si cabe la expresión– del nuevo Consejo de Participación con sus vocales elegidos por votación popular. El gran error de la consulta de febrero del 2018 fue haber propuesto un cambio en el mecanismo de su designación, en lugar de su desaparición. Este error inmenso de la consulta, cometido cuando el gobierno de Moreno aún no sabía bien en qué dirección política moverse, Trujillo lo identificó claramente; él sabía que el consejo debía desaparecer. La tarea pendiente que dejó su muerte fue el anunciado recorrido por el país para recoger las firmas necesarias para convocar a una consulta popular.

Dos años después del gobierno de Moreno, y concluido el trabajo del Consejo transitorio, los avances son más que parciales en la anhelada reinstitucionalización de la vida democrática. Además, el país enfrenta un riesgo aún mayor: que todo lo hecho empiece a ser impugnado por el nuevo Consejo, si detrás de esos personajes desconocidos que lo integrarán gracias al voto popular aparece una mano correísta que manipule sus conductas. (O)