La imagen de una de las iglesias más bellas del planeta ardiendo en llamas es, sin duda, una escena que parece sacada de una película apocalíptica.

La riqueza de este templo católico construido con el esfuerzo de miles de personas y que tardó siglos en levantarse se extiende a varios aspectos.

Por un lado, Notre Dame es uno de los monumentos turísticos más famosos de la capital francesa. Según estadísticas, 14 millones de personas la visitan cada año. Siendo que en Europa existen muchos templos maravillosos y lugares dignos de reconocimiento, Notre Dame es un ícono mundial, por su belleza exterior, que la sitúa en un lugar privilegiado, rodeada de agua y de uno de los barrios bohemios icónicos de París. Así como por su gran hermosura interior y por ser propietaria de riquezas incuantificables.

La mezcla entre el espíritu de oración que se siente en ella, su riqueza arquitectónica, sus tesoros religiosos y las maravillosas obras de arte que alberga constituyen una combinación mágica difícil de replicar en otros lugares.

Pese a encontrarse repleta de gente prácticamente a toda hora, la iglesia no pierde su espíritu de recogimiento; esto se debe, en parte, a la singular costumbre de prender velas en todos sus altares, a los que la gente acude para orar, meditar y agradecer. Rodeados de vitrales deslumbrantes, cúpulas, pinturas y esculturas, el peregrino se sumerge en un verdadero universo de sensaciones inexplicables, sea cual fuere su credo religioso.

Por otra parte, el tesoro de la iglesia se precia de contar con reliquias cristianas que ya las quisieran en la Catedral de San Pedro, en Roma; todo ello se une al famoso órgano que resuena en misas especiales y la famosa campana Bourdon, sobre la cual se han escrito muchos libros, por ser parte de múltiples leyendas, así como haber servido para hacer anuncios de gran envergadura, como la liberación de París de los nazis, el 24 de agosto de 1944.

La razón del incendio parece algo increíble. Por querer renovar ciertas áreas de la iglesia, se puso en riesgo a todo en su conjunto, desde los tesoros hasta los miles de visitantes que estaban dentro ese día. Lo que ni Hitler en su delirio de conquista se atrevió a hacer, hoy lo ha hecho un segundo de impericia humana que pasará a la historia como un capítulo nefasto de destrucción.

La reacción del mundo ha sido de dolor por la pérdida, y de alivio relativo frente al anuncio de lo que se ha podido ir recuperando, tras las batalla de cientos de bomberos que –al igual que sucede en otros grandes episodios– son al final los héroes de esta historia.

Mientras todo esto sucede, los cristianos de todo el mundo se alistan para celebrar Semana Santa, mirando con tristeza cómo el fuego consume piezas irreplicables de su historia.

No quedan sino palabras de solidaridad para con el pueblo francés, que inmediatamente se ha movilizado en una campaña económica y de oración digna de aplausos; y, sentimientos de esperanza, confiando en que las labores permitan salvar la mayoría de las cosas materiales que aún peligran en la estructura de este monumento que le pertenece a la humanidad entera. (O)